Más navajazos que abrazos ha habido entre negros y chicanos, las dos minorías étnicas más numerosas de EEUU. Otro logro del supercapitalismo y el racismo institucionalizados por los blancos. La amistad entre Easy Rawlins y Primo en las novelas policiacas de Walter Mosley, un pacto de ayuda incondicional frente al poder blanco, no es tanto la excepción a la regla como una oda a lo-que-debería-haber-sido-y-no-fue. Hubo incluso un momento en que pareció que iba a ser. Gracias al zoot suit.

Es así casi siempre: las subculturas juveniles de clase media intentan parecer pobres (hippies, grunges, indies) y las subculturas juveniles de clase baja intentan parecer de la nobleza austrohúngara (zooties, teddy boys, raperos, swaggers). ¿Zooties? Sí, los que llevaban un zoot suit, traje con el que se podían hacer tres trajes normales (y cinco de mod). Para economizar palabras: piensa en Cab Calloway. ¿No? Pues en Kid Creole. ¿Todavía no? Bien, si no hay más remedio, piensa en La máscara.

A caballo de las décadas de 1930 y 1940 el zoot suit se puso de moda entre los negros y los pachucos (fundacional movimiento de orgullo chicano) más molantes de las grandes ciudades. No está claro quiénes lo llevaron primero, pero está clarísimo quiénes se llevaron el gato al agua: los negros. Al fin y al cabo vivían un momento de gloria con la era swing, que tuvo en el zoot suit una de sus imágenes icónicas. Pero que conste en acta: los pachucos lo lucían simultáneamente. E incluso pandillas de pachucas angelinas como las Slick Chicks y las Black Widows, aunque solo la chaqueta.

Si toda indumentaria callejera es un manifiesto, el zoot suit era un manifiesto del tamaño de Júpiter. Hey, seré un pringado, pero con esta pintaza la calle, la pista de baile y las chicas son mías.

El decreto del 42

Problema: en marzo de 1942 el Gobierno decretó que la tela utilizada en los trajes de hombre debía reducirse el 26% para que la industria textil pudiera contribuir más al esfuerzo bélico. Si hasta entonces el zoot suit había significado «ten cuidado conmigo», a partir de ese momento fue visto también como un atuendo antipatriótico. Aunque su traje fuera ilegal (como lo lees: ¡un traje ilegal!), a los zooties no les costaba encontrar sastres que se los confeccionaran de forma clandestina. No iban a renunciar así como así a una seña de identidad y rebeldía.

El desafío de los zooties al patriotismo sentó como un tiro a los soldados acuartelados en las proximidades de Los Ángeles. La caza y humillación del zootie, ya fuera pachuco o negro, se convirtió en una forma de juerga para ellos. Stuart Cosgrove cuenta en The zoot suit and style warfare el siguiente episodio: un grupo de marinos borrachos siguieron hasta un cine a dos pachucos, los arrastraron a la pantalla, los desnudaron y orinaron sobre sus trajes. Esta película patriótica se superpuso para los espectadores a la que se proyectaba.

En junio de 1943 pasó lo que tenía que pasar: los pachucos (y las pachucas) de la megalópolis californiana iniciaron razias contra los militares. Y las razias abrieron camino a los disturbios callejeros. No hace falta decir de qué lado se puso la policía. Fueron encarcelados cientos de pachucos. La revuelta de los zoot suits se extendió a ciudades de Arizona y Texas, estados con fuerte presencia de inmigrantes mexicanos, y hasta a Detroit, Filadelfia y Nueva York. Y significó el principio del fin de una subcultura juvenil pionera. Rock and roll casi 15 años antes de que naciera el rock and roll.