--¿Qué recuerdos conserva de su infancia en Mérida?

--Nací en el año 1963 en el barrio de San Lázaro, que ya no existe, y al año nos mudamos a María Auxiliadora. Los recuerdos del barrio son muy bonitos, sobre todo, por la buena vecindad. El barrio ha cambiado y ya no hay esa confianza entre vecinos, creo que la gente ha perdido la identidad de Mérida porque se sigue nutriendo de gente que viene de fuera.

--¿Cuándo surge su vocación?

--En mi generación había mucha gente implicada con la política y la religión. Siempre había tenido sensibilidad hacia el tema religioso y en los grupos parroquiales había muchas actividades que te iban marcando. De ahí surgió la vocación.

--Y se hizo misionero...

--En el seminario teníamos un formador que había sido misionero y nos lo inculcaba. Decía que si un sacerdote no estaba abierto a la misión tendría que replantearse su vocación, porque todos estamos llamados a ser misioneros y llevar el evangelio por todo el mundo. Me fui con 33 años recién cumplidos.

--¿Qué aporta la misión?

--La misión es muy gratificante, pero también es duro por estar al frente de 21 pueblos. Me fui a Chachapoyas y el mayor tiempo estuve en la misión del distrito de Leymebamba, donde actuaba como coordinador en varias instituciones. En la misión en Perú he desarrollado multitud de proyectos, como un internado para chicos y chicas de secundaria en coordinación con el colegio Santa Ana de Almendralejo y una residencia universitaria para nativos gracias a la colaboración del colegio Trajano de la ciudad. Aquí el sacerdote está más limitado a la parroquia, pero allí eres coordinador de todo y al final al sacerdote se le respeta más que a los propios alcaldes. El trabajo que hacemos allí va buscando el bien de la gente desinteresadamente y es muy bonito, porque eres puente entre dos mundos y todo lo que se hace allí es porque viene de las colaboraciones de aquí.

--¿Cómo lleva la vuelta?

--Ha sido una vuelta querida, pero no es definitiva. Cuando estás en la misión se impregna ese olor en tu piel y ya no se va en la vida. Además, cuando regresas traes otro estilo a la hora de ser sacerdote, celebrar la eucaristía o dar la catequesis.

--¿A qué se refiere?

--Las misas suelen ser aburridas y creo que nuestras celebraciones tienen que ser más vitales y participativas para que la gente vibre. Todos tenemos un poco de culpa. La sociedad nos está llevando al consumismo y a la idea de que todo está solucionado, y la iglesia se está centrando en mantener el ritualismo cuando tendría que cambiar para modernizarse.

--¿Qué papel juega el Papa?

--El nuevo Papa ha sido una bendición porque nos hacía falta un papa misionero. Los que están en el Vaticano tendrían que irse a las misiones y a la inversa, porque la estructura del Vaticano tiene cambiar el chip. El fallo que veo en la iglesia europea es que las catequesis y las homilías hablan del catecismo y del código de derecho canónico, pero en la misión se habla de la palabra de Dios.

--¿Y cuál es la palabra de la Mártir Santa Eulalia?

--Santa Eulalia está en la genética del emeritense y tendríamos que potenciarla más. Me da un poco de pena porque el día de Santa Eulalia percibo que hay mucha gente de fuera. Me gustaría que la fiesta no tuviese tanto protocolo para que vibre la gente joven.