Los bomberos de la capital extremeña se solidarizan con los héroes anónimos de Valencia que evitaron que la catástrofe provocada por el fuego fuera mayor

Vocación y coraje contra las llamas en Mérida

Juan Carlos Bermejo, jefe del parque emeritense, repasa su amplia trayectoria y no olvida el gran incendio que afectó a la Consejería de Sanidad y Servicios Sociales

Juan Carlos Bermejo, jefe del parque de Bomberos de Mérida.

Juan Carlos Bermejo, jefe del parque de Bomberos de Mérida. / JORGE ARMESTAR

Juan Carlos Bermejo, jefe del parque de Bomberos de Mérida, lleva muchos años apagando fuegos (en total, casi 34) y enseñando a prevenirlos en Mérida. Un hombre de retos y enamorado de una profesión donde asegura sentirse cómodo ante el peligro, en ese espacio donde la inmensa mayoría de las personas entran en pánico cuando lo visitan.

Él estudió Administrativo, «pero no me veía sentado en una oficina, ya que soy un deportista hasta la médula (judo, montar en bicicleta, salir a correr por el campo...) y desde pequeño me sentí atraído por el tema bomberil. Decidí formarme y conseguí una plaza de las que ofertaba el ayuntamiento», explica Bermejo a El Periódico Extremadura.

Menos de un minuto para ponerse el traje de bombero.

Menos de un minuto para ponerse el traje de bombero. / JORGE ARMESTAR

Las bolsas, las cámaras de aire y las hachas se encuentran perfectamente distribuidas en las instalaciones. Los trajes y los neoprenos cuelgan de los percheros y las botas están justo debajo. Nunca saben cuándo pueden recibir un aviso y los retrasos no se conciben en su trabajo. Los Bomberos la capital extremeña tienen muy claro que están al servicio de los ciudadanos. «Es un oficio precioso y vocacional, muy gratificante y el grupo humano es una maravilla. Tengo muy buenos compañeros, somos una familia», señala con orgullo. Entrenan a diario, llevan una vida de deportista de élite, pero «sin cobrar como Cristiano Ronaldo, Messi o Lebron James», bromea a la vez que considera que la suya no es una profesión de riesgo, pero sortean los peligros continuamente. Lo hacen con gran habilidad. No cabe el error y lo saben. Actúan bajo presión. Toman decisiones en segundos y retrasarse puede ser cuestión de vida o muerte. Para la víctima y para ellos.

Bermejo interrumpe la conversación con este periódico. Suena el teléfono de las emergencias. «Es una salida técnica por el incendio de una vivienda en el centro de la ciudad», se apresura a decir. Al segundo una voz llama a los bomberos a sus puestos. Una casa ha salido ardiendo. «La incertidumbre y la tensión siguen siendo los mismos que el primer día porque nunca sabes a lo que te vas a enfrentar», confiesa. Desde la llamada sólo tardan un minuto en dejar lo que estuvieran haciendo, coger su traje y subir al camión. «Siempre tenemos todo el material preparado en los vehículos», manifiesta. No se levanta de la silla porque a esta salida no tiene que ir. Acudirán sus compañeros del parque.

Atendiendo las llamadas de emergencia.

Atendiendo las llamadas de emergencia. / JORGE ARMESTAR

En ese impás, Juan Carlos Bermejo no puede por menos que alabar la heroicidad de sus colegas de oficio tras el devastador e infernal incendio de un edificio en Valencia. «Recuerdo que en Mérida tuvimos un caso muy parecido en la Consejería de Sanidad. La virulencia de las llamas se produce en ambos casos por el revestimiento de las fachadas. Mandamos nuestro apoyo a los afectados y compartimos su dolor», resalta con un suspiro este bombero.

Al año, el cuerpo de Bomberos de Mérida atiende unas alrededor de 2.000 intervenciones. En su mayoría suelen ser escapes de gas, pérdidas de llaves, fuegos menores en domicilios (ollas y sartenes olvidadas), caídas de ramas, rescate de personas o animales, incendios de pastos... El resto de casos son palabra mayores.

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