En mi atalaya

Las aventuras de Sara Montiel en el Casa Benito de Mérida

La actriz conocía bien la taberna emeritense

Sara Montiel.

Sara Montiel. / EFE

Rafael Angulo

Rafael Angulo

Pepe Romero, el de Casa Benito, tenía la ancestral y saludable, para él, costumbre de pernoctar en Madrid de vez en cuando y recorrer sus cabarets, chicotes y chicotas para escuchar cuplés, escanciar esencias, limpiar bajos y conservar amistades. Una con la que Pepe mantenía una relación cordial y confiada era Sara Montiel, mujer de pose sensual, actriz, cantante, acostumbrada a hacer lo que le daba la gana, con relicario o sin él. Sara sabía de Pepe y de su Casa Benito por eso un sábado de finales de invierno de los 80 se pasó a saludar a Pepe en su lugar de siempre, en su misma silla y con su misma gente.

Cuando el gran y añorado Pepe Higuero llamó para avisar “en Casa Benito está Sara Montiel” tampoco me extrañó porque en aquellos heroicos tiempos de el Periódico Extremadura en Mérida, Pepe, desde Cáceres, sabía bien lo que pasaba en la Bimilenaria, tanto como quienes estábamos aquí (y eso que estaban otros grandes bien informados, Antonio Sánchez Ocaña, ASO, mi hermano mayor Fernando Delgado, Angel Valadés). Sara Montiel estaba sentada conforme entrabas en Casa Benito bajando a la izquierda, en el recodo de madera, ajena a la expectación que causaba entre la feligresía y embaulándose unas sardinas a mano, a pecho y a espalda. Mientras Pepe, de pie y sin soltar el puro, le decía sutilezas tipo “a ti que sí que te comía yo…” y así. Alguien, ajeno a la amistad y relación cordial que Pepe y la artista tenían dijo: “Hay que ver doña Sara que cosas le dice Pepe…” a lo que la otrora vedette, sin apenas inmutarse, respondió: “En peores garitas he hecho yo guardia”. Y al punto volvió a las sardinas. Bueno, aquella tarde en la ciudad, la Montiel terminó fumándose un puro, que le encendió Pepe. Escrúpulos, ninguno.

A eso ahora le llaman feminismo e icono libertario. Son añoranzas de Casa Benito, de sus carteles de toros y de toreros (que espero mantengan los nuevos), de su peculiar distribución, de su tenue crepúsculo interior, de sus recuerdos, como los que tiene Chema Álvarez Martínez de aquellos arroces con liebre que compartía con devoción con Rafael Moneo cada vez que este pasaba por Mérida… pero se me están acabando palabras y constato que esto da para muchos más platos. Otro día les sirvo el postre de la casa.

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