Solo hay que escucharle dos minutos para comprobar que a José Pedro Rejas le va a costar un mundo salir de la cárcel. Y no porque lleve su sello en el apellido (que ya es casualidad), sino porque ha dedicado al Centro Penitenciario de Cáceres los mejores años de su vida con una energía evidente. «No me marcho satisfecho de mis logros, pero sí de mi trabajo por conseguirlos. He actuado anteponiendo siempre las leyes y el interés del centro. Si he hecho daño a alguien, pido sinceras disculpas», dijo ayer visiblemente emocionado.

José Pedro Rejas aprovechó el acto de la Merced para despedirse. Se jubilará en un mes como el director que más años ha ocupado el cargo (una década), y lo hará «por imperativo legal, no porque yo lo desee». Desembarcó en esta prisión cuanto se abrió como Cáceres II allá por 1981. Era funcionario del cuerpo especial, pero al año siguiente ascendió a jefe de servicio, luego a administrador y finalmente a director.

Recuerda tres momentos determinantes: «dos motines en 1990 y 1994, y una huelga de funcionarios por la muerte de un compañero a manos de ETA», confesó. Pero José Pedro Rejas siempre se ha movido con algunas ideas fijas: «somos prescindibles», «hay que afrontar las responsabilidades y asumir los errores», y «no se puede satisfacer a todos». Ello le ha permitido llegar hasta hoy con la tranquilidad del trabajo bien hecho.

Se queda con el sabor amargo de no haber visto ampliado el número de funcionarios, pese a haberlo pedido «de forma machacona y suplicante», aunque confía en que poco a poco se cubran las plazas. En general se lleva un balance positivo. «Los primeros años fueron muy difíciles, había presos peligrosos cuyo perfil no se adaptaba al centro, pero se ha reducido la conflictividad y los incidentes, hemos pasado en diez años de 529 internos a 424; de 11 reclusos de banda armada a 2; y de 4 internos por delincuencia organizada a 2», concreta.

También destaca las numerosas reformas en el centro (salas renovadas, redes de datos, avanzados sistemas de prevención de incendios, futuros interfonos en cada celda...). Por todo ello da las gracias a su equipo, recordando que el trabajo en prisiones siempre es «duro, difícil, y poco o nada reconocido socialmente».