En la mesa del comedor del parque del Sepei en Cáceres sólo hay botellas de agua. Todos los bomberos tienen la suya, grabada con su nombre y de color naranja por las sales de glucosa con las que mezclan el líquido elemento, su único alimento durante la huelga de hambre que comenzó el pasado lunes por la mañana.

Varios bomberos juegan al billar. Javier Gil, de 40 años, es uno de ellos. Lleva cuatro años en el cuerpo y dice que nunca ha habido tanta unión entre los compañeros. "La falta de respeto y la indiferencia que hemos sufrido ha unido al grupo", explica. Sus familiares vienen a visitarle a menudo: "Su angustia es mayor que la nuestra", añade. Javier tiene otros dos hermanos, Alfredo y Julio, también bomberos. Ayer, tras más de 24 horas sin comer, decía que sólo sentía flojedad en las piernas.

A Santos Carrera, un bombero veterano, el oficio también le viene de familia. Dos hermanos, Pedro y Domingo, comparten tarea con él en el parque. Afirma que ya le empieza a doler la cabeza mientras enseña su botella. "Nos aconsejan beber un litro y medio de Citrosal --la marca de las sales-- y lo mismo de agua". Pero teme que lo peor empiece hoy. Serán ya tres días sin comer.