El miércoles retransmitieron en la Tapería La Fanega, de la calle Amberes, la talentosa corrida que le ha valido a Roca Rey salir por la puerta grande de Las Ventas, porque no se pueden cortar dos orejas con más rotundidad en Madrid que como lo hizo el peruano en una faena propia de las grandes figuras y que obligó a que la capital se rindiera ante un diestro descomunal.

Ha escrito Zabala de la Serna en El Mundo una crónica magistral que relata el que ha sido el acontecimiento taurino de la temporada: «Una marea humana balanceaba a Roca Rey por la calle de Alcalá. Con la réplica del movimiento telúrico que había dinamitado la Puerta Grande y estremecido Madrid. Hasta el golpe de autoridad de última hora, RR sufrió. Como saben sufrir y encajar los grandes. Como remontan los elegidos. Desde una situación agónica que lo tuvo contra las cuerdas después de besar la lona. Pero el Cóndor del Perú levantó la rodilla hincada, regresó de la enfermería y desbarató las teorías del bajío».

Mientras leía ayer a Zabala de la Serna cuando la televisión de La Fanega ya había proyectado el momento en el que Roca Rey recuperaba la vida y el aliento, pensaba yo en la demagogia, en ese exceso de información que obliga a los individuos a tomar atajos que lo simplifican todo. Dicen que una ideología ha sido desde siempre eso: un paquete cerrado que contiene una explicación del mundo. Los demagogos no tienen una visión del futuro, por lo que se contentan con halagar a su audiencia. Y eso es lo que han hecho los cuatro partidos políticos del ayuntamiento con los toros esta última legislatura.

La palabra demagogia proviene del griego antiguo demos (‘pueblo’) y ago (‘dirigir’), de manera que su origen está vinculado con la manipulación o la conducción de la voluntad política de las masas. Su primer uso se atribuye al filósofo griego Aristóteles, que explicaba que al someter la política al capricho de las mayorías, surgen los políticos demagogos que, lisonjeando a los ciudadanos, someten los designios políticos a la emocionalidad de las mayorías, con tal de tenerlos siempre a su favor y conservar el poder político.

No entraré en el debate de si es tanto o más español el antitaurinismo como el taurinismo, que ambas corrientes son igual de antiguas, se remontan 800 años atrás y ya se manifiestan en textos de Alfonso X. Diré, eso sí, que a ver a Roca Rey en directo acudieron 24.000 personas, lo que demuestra la importancia económica de la tauromaquia en España, no solo por los espectáculos taurinos que se celebran en las plazas sino también por los encierros. El Producto Interior Bravo es mayor que el gasto anual de ocho ministerios del Gobierno. Con ese PIB taurino se podría pagar la pensión media de jubilación durante todo un año a 249.230 personas.

Pero además, gracias al toreo, el turismo obtiene, de forma inmediata, más del doble de facturación que el propio sector taurino. Ello redunda en beneficios para los hoteles, los bares y restaurantes y, cómo no, para el transporte. A los políticos de Cáceres, sin embargo, la demagogia les ha llevado a cometer equivocaciones imperdonables. Históricamente siempre ha ocurrido lo mismo en esta ciudad: los mandatarios han vivido de espaldas a la instalación de empresas en la parte antigua, han dejado que el Womad deje de ser rentable, han esquivado que el Festival de Teatro Clásico sea productivo, permitieron que la movida saltase por los aires y dinamitase cualquier opción de progreso, abandonaron el ferial y en los últimos diez años han permitido que la Feria de San Fernando pierda la mitad de sus casetas. Con los toros ha ocurrido lo mismo, cuatro grupos políticos en lucha por el aplauso facilón, hablando a los ciudadanos de un proyecto de ciudad detrás de un debate estéril y confuso, incapaces de ponerse de acuerdo. Cáceres no podrá recibir 24.000 espectadores en su Era de los Mártires porque no tiene ese aforo, pero sus 4.124 plazas bien podrían llenar su tendido y hacer algo de caja en pro de nuestra debilitada economía.

Entretanto, debemos conformarnos con ver a Roca Rey en La Fanega que, por otro lado, es un bar muy recomendable. Lleva abierto cuatro años de la mano de Francisco Terrones y sus especialidades son los productos ibéricos, la carne a la brasa y la gamba blanca de Huelva.

Y como estamos hablando de toros, sabrán muchos de ustedes que se llama volapié (o vuela pies) a la forma más habitual de dar muerte a los toros con la espada o el estoque. Con ese nombre bautizaron hace 10 años a una franquicia guiada por un nuevo concepto de gastrotaberna andaluza. Y hasta Cáceres ha llegado Volapié, que se ha instalado en la calle Ciriaco Benavente y que, indiscutiblemente, se ha puesto de moda. Ha sido Javier Blanco Sánchez el que ha abierto este local que también encuentra en la gamba blanca de Huelva su mejor especialidad.

Y es que Cáceres no desfallece porque los cacereños, por mucho que digan, sí tienen afán emprendedor. Un ejemplo es Andrés Carricajo, que ha obrado el milagro: abrir un bar en La Madrila. Todos nuestros aleluyas, esa exclamación bíblica de júbilo tan común en las Sagradas Escrituras, van para alabar al Creador de ‘La chica de ayer’. El local está en el número 6 de la plaza de Bruselas, en lo que antes fue El Tábalo, justo al lado de La Maltraviesa. Carricajo sabe del negocio, tuvo La Chupitería en la plaza y El Museo en Pizarro. Ahora ‘reza’ en este merecido templo de la música de los 80.

Por cierto, las terrazas son un negocio en esta ciudad. El otro día estuve en la del Santé (que con permiso de Nuria, su dueña, para mí siempre será La Abadía, de Eladio). Me gustaron sus maceteros-lámpara y su cerveza. Mientras deleitaba con ella mi paladar mi mente tarareaba a Nacha Pop: «Me asomo a la ventana eres la chica de ayer. Demasiado tarde para comprender, mi cabeza da vueltas persiguiéndote». Al despertar me pregunté: «¿No te estarás volviendo un nostálgico?»