José Pérez nació en 1916, era albañil y cartero y estaba casado con Argimira Pantrigo , con la que tuvo cinco hijos: Agustín , Diego , Miguel , Paqui y Rosa María . Los Pérez Pantrigo vivían en Los Canchales, al lado de la Atalaya, en la calle El Paso, de Torrequemada. Era aquella una casa pequeñina, tan chica que no tocaban ni a 10 metros cuadrados por habitante, pero vivían felices porque el suyo era un barrio de vecinos encantadores, como la tía Marijuana , Nicolasa , Isabel Cruz , tía Tomasa , Domingo El Tórtolo , tío Demetrio , tío Sabino Leo , y la madre de Ignacio , que hacía los helados.

En aquella época los muchachos jugaban a la taba, al pelotazo o al caío, que era un juego muy peculiar: se ponía un cayado en medio de una cancha, que había que derribar y si te cogían dentro te arreaban unos zapatillazos que no veas cómo llegabas a casa.

Miguel, uno de los hijos de los Pérez Pantrigo, empezó en la escuela de don Andrés García y don Antonio Felipe Harto . La escuela estaba ubicada en el ayuntamiento, con aulas a una parte y otra de la planta baja. En la parte de arriba estaban las muchachas puesto que a tenor de los cánones de la época ambos sexos no podían compartir pupitre.

Iban a la escuela todos los muchachos y muchachas del pueblo que habían cumplido los 6 años. Y no faltaba ni uno. Allí estaban Antonio Maleza , Dionisio Pulido , Quiquino , Eleuterio , Manolo , Quico Sanda , Adriano Popó , Ananías , Celedonio , Quico Martín El Lagartija ... y todos los demás.

Cuando cumplías los 8 o 9 años muchos chavales dejaban el colegio para irse a segar, Miguel lo hizo a los 11 años, que ya tenía edad suficiente para que su hermano le entregara el bastón de mando de las ovejas. Luego se puso a ayudar a su padre en las tareas de albañilería hasta que pudo marcharse a Madrid. En la capital trabajó Miguel en Cartonajes Pastor, donde hacían cajas para todo Madrid y para toda España también, porque elaboraban por miles los tambores de los polvos de lavar y las cajas que se utilizaban en las ferreterías. Pasados unos meses dejó Madrid para marcharse a Barcelona, donde trabajó en la construcción hasta que en 1967 murió su padre, volvió a Torrequemada y estuvo un tiempo junto a su madre.

Pero finalmente Miguel sucumbió al paraíso de la emigración al que sucumbieron tantos y tantos españoles en los años 60: Alemania. En Finnentrop, una población ubicada en la región de Renania del Norte Westfalia, Miguel comenzó a trabajar en un matadero donde a diario hacían 17 toneladas de salchichas y otras ocho toneladas de mortadela, y cada viernes de ocho a 10 toneladas de foie-gras.

El pueblo

Finnentrop estaba en una sierrita, era un pueblo que te embelesaba, con una zona edificada con unos chalés preciosos y un río muy bonito. Fue allí donde Miguel y Andrea Pulido Bazaga se hicieron novios. Andrea era hija de Vicenta y de Adriano , que trabajaba en tareas agrícolas en Torrequemada. Andrea y Miguel se conocían del pueblo, ella se había criado en la calle Portillo pero apenas habían cruzado palabra hasta que el destino quiso unirles en Alemania, donde el roce de los sábados y los domingos hizo que Miguel enseguida se prendiera de aquella mujer de la que se había enamorado profundamente.

Y es que era costumbre en Finnentrop que todos los sábados y todos los domingos los amigos y las familias compartieran cada tarde en una casa distinta. A ellas acudían para reunirse y hacían fiestas y comían tartas y bebían café y hablaban de la nostalgia de su España bonita de la que tantos kilómetros les separaban.

Miguel y Andrea se casaron y para hacerlo volvieron a su Extremadura, a Torrequemada, donde contrajeron matrimonio un 5 de agosto de 1972 en la iglesia de San Esteban. El se compró el traje en Alemania, ella en Galerías Madrid. Los casó don Pablo Paniagua , que era de Ahigal. Miguel y Andrea fue la primera pareja a la que don Pablo casó. Tras la ceremonia religiosa llegó la fiesta: un cátering de Las Cigüeñas de Trujillo que llevó la comida al salón de Elías Palacios , que estaba en la plaza. Con el dinero que les sobró: 1.000 pesetas, se fueron de viaje a Huelva y luego emprendieron rumbo de nuevo a Finnentrop, donde nacieron sus tres hijos: José Miguel (1973), Encarna (1974) y Andrés (1975).

La familia vivía en una casa preciosa que había sido un jardín de infancia durante la Segunda Guerra Mundial. Se la cedió el ayuntamiento y en ella pasaron una etapa inolvidable.

Cuando el mayor de los hijos cumplió los 6 años llegó la hora de la escolarización. Miguel y Andrea sabían que si al pequeño lo matriculaban en Alemania ya sería mucho más difícil volver a España. Y ellos no podían dejar

de pensar en su tierra, así que Andrea se vino con los niños a Extremadura y un año después llegó Miguel.

En octubre de 1980 abrieron un bar en la calle Juan XXIII, en el barrio del Perú, al que pusieron por nombre Pantrigo. Un cuñado de Andrea, de las bodegas Pulido, casado con su hermana Catalina , les habló de la existencia del local, que cuentan que previamente había sido una bodega donde también se vendía pan. El establecimiento lo compraron entre Miguel y su hermano Diego. Ellos y sus esposas, Andrea y Pepa, estuvieron también al pie del cañón. Y así fue como reiniciaron su vida en España.

A los Pantrigo ya solo les queda el agradecimiento a un barrio, el del Perú, que se ha volcado con uno de sus buques insignia de la hostelería durante los últimos 33 años. Diego y Pepa se jubilaron hace tres años y medio. Ahora le toca el turno a Miguel y Andrea, que el próximo sábado, 25 de mayo, celebrarán una fiesta para agasajar a sus clientes. Con el bar se quedará Marcial , un profesional del gremio que tomará el testigo.

Atrás quedan aquellos años en los que Miguel jugaba al caío en Los Canchales de Torrequemada, los años en que acudía a la escuela de don Andrés García, el tiempo en que se fue a Madrid a hacer las cajas de cartón de los detergentes, a Barcelona a la construcción o a Alemania, donde por toneladas participaba en el preparado de salchichas, mortadelas y foie-gras.

Quedan todos esos recuerdos al lado de Andrea, aquella chica de la que se prendó en una de esas fiestas que organizaban en Finnentrop y en las que entre sonrisas y lágrimas recordaban la España bonita que habían dejado atrás y a la que regresaron en los años 80 para levantar el Pantrigo, un bar que cerrará el día 25 pero que en Cáceres nunca olvidaremos.