Hicieron juntos el servicio militar y no se han vuelto a ver. Julián García Casado, que vive en Valencia, busca a su compañero Isidoro Rey, del mítico bar Adarve, ya desaparecido. Juntos estuvieron entre diciembre de 1972 y diciembre de 1973 en la Sexta Compañía de Carros del Regimiento Alcázar de Toledo 61, en la Brigada Acorazada del Goloso. Julián telefoneó a este diario en busca de pistas que pudieran dar con el paradero de su amigo. «Me gustaría saber cómo está» porque no olvida «su amabilidad y gentileza ni la buena relación que teníamos».

Como anécdota cuenta que se iban a licenciar el 20 de diciembre de 1973, justo el día en que asesinaron en Madrid al almirante Carrero Blanco. «Ya estábamos vestidos y todo, pero se suspendieron los actos y nos licenciamos días más tarde», relata este cercano valenciano, que ha dedicado su trayectoria profesional a una multinacional sueca de maquinaria industrial. Está casado, tiene dos hijos y dos nietas que muy pronto cumplirán4 y 7 años.

Isidoro Rey es uno de los cacereños más célebres de la ciudad. Su padre, Juan, entró con 12 años a trabajar como botones en el hotel Álvarez, el de Antonio Álvarez, al que, por cierto, enseñó a montar en bicicleta. Juan se casó con Fidela de la Montaña, que era de Arroyo pero que vino a Cáceres con 8 años. Un día Juan decidió probar suerte con un negocio propio y cogió La Giralda, un bar que estaba en Sánchez Garrido (entre Pintores y Gran Vía), que antes habían llevado Manolo y Cara Lápiz. De eso hace ya más 50 años.

El señor Juan se puso de camarero, la señora Fidela, de cocinera. Y pegaron el petardazo. ¿Por qué? Bien: cada vez que el Cacereño jugaba fuera, Juan organizaba excursiones a Madrid para ir a ver los partidos frente al Boetticher, el Pegaso, el Plus Ultra..., todos equipos de Tercera. En una de esas salidas el señor Juan entró en la Casa del Abuelo, un bar de Madrid que estaba en la calle de la Victoria (Metro Sol) y vio salir de la cocina hermosas bandejas de gambas a la plancha. Y pensó: «Esto en Cáceres, triunfa».

Así fue. Entonces solo un bar servía gambas en la ciudad. Se llamaba El Norte, estaba en la calle San Felipe (a un paso de San Juan) y lo llevaba un señor que era muy serio. En El Norte daban calidad, la especialidad era el marisco, pero el rico manjar no estaba al alcance de cualquiera. Así que Juan se lanzó y puso un cartel a las puertas de La Giralda que rezaba: «2 cañas de cerveza+ración de gambas: 3 duros» . Y claro, fue una revolución. Desde aquel día, en Cáceres todo el mundo comía gambas.

Las gambas

Las gambas las traían de Madrid, llegaban los viernes en tren y se mantenían en cajas de hielo picado que se compraba en la fábrica de La Madrila (ahora es un geriátrico) donde, por cierto, se hacía el mejor refresco de limón de toda España (La Limosina). El negocio lo llevaban los Lucas.

En esos años recorrían la ciudad carros arrastrados por mulas que cargaban grandes barras de hielo envueltas en paja para que no se deshiciera. Los chiquillos corrían detrás de aquellos carromatos en busca de los trozos congelados que caían al suelo y se los llevaban a la boca como quien se lleva un tesoro.

La cerveza El Gavilán, que luego asumió El Águila, tenía sus almacenes en la calle Diana (por Peña Redonda). La repartían Sebas, Manolo, Gori, Amarilla... se vendía en barriles de madera que había que pinchar con un espadín. El vino era el del país, en realidad era el chato. Se traía de Valdefuentes, de la bodega de Pedro Pérez Palomino.

En La Giralda eran muy famosos los domingos. Ese día, otro cartel colgaba en el bar: «Desde La Giralda al fútbol, café, copa y puro por 2 duros» , y te daban un Farias. En La Giralda compraban La Hoja del Lunes , Cáceres y nuestro PERIÓDICO EXTREMADURA, que vendía Leoncia por Pintores y se imprimía en La Generala, donde estaba Acción Católica y donde instalaron un televisor que fue un exitazo. Poco después, el señor Juan también compraría un televisor para su bar. Delante de aquel Vanguard colocó una hilera de sillas para que la clientela pudiera ver los partidos y cada vez que se iba la antena, ¡¡Dios!!, un batallón de manos se liaba a mamporrazos con el Vanguard al grito de «¡¡Esto es de Montánchez, esto es de Montánchez!!» , y así hasta que volvía la conexión.

El negocio fue creciendo. Un día el señor Juan se asoció con Juan Manuel García Agúndez, dejaron La Giralda y abrieron, justo al lado, un bar al que pusieron el nombre más cacereño del mundo: Adarve, todo un referente. Juan y Fidela tuvieron dos hijos: Juan Carlos, aparejador, e Isidoro, que llevó el local junto a María Luisa, su mujer (que trabajaba en Discos Harpo), y otros seis empleados, entre ellos el incombustible Pepe Rojo.

El Adarve merecería, sin duda, un monumento. Todo le debía a sus clientes. El Tintorero era uno de ellos. Vivía en la plaza de Italia y era muy famoso por las historietas que contaba, mitad fantasía, mitad realidad, muchas de ellas relacionadas con la guerra de Marruecos. Dicen que, cansado de poner vasos de agua después del café, un día el señor Juan decidió colocar en la barra un botijo, cuyo pitorro abrió más de la cuenta. Una tarde, El Tintorero fue a echar un trago y salió tanta agua que, ¡¡atención!!, se tragó el puente de la dentadura. El cachondeo, claro, fue mayúsculo.

Por allí pasaban también Manolo Boquerón, un pescadero del mercado cuando estaba en los Balbos, y el señor Amado, padre de los futbolistas Nandi y Salva. Amado jugaba a los chinos y jamás fallaba. Antes de cada partida soltaba este latiguillo: «Saquéis las que saquéis y a mamar siempre Amado» , y ganaba. Eran asiduos Kubala (que se sabía de pe a pa todas las alienaciones del Barça, Zaragoza), Manolo Pichón, y tantos otros.

Fue en 2016 cuando el bar se traspasó por la jubilación de Isidoro, después de una vida entregada a uno de los negocios más recordados de la ciudad. Ahora, lejos de Cáceres, un buen amigo valenciano quiere saber qué fue de aquel con quien compartió la mili.