El ayuntamiento entregó este jueves la Medalla de Cáceres, que es la principal distinción que concede la ciudad. Puede que esta haya sido la medalla más de Cáceres de todas las entregadas por todo lo que significa a causa del año que se está viviendo. Se concede a los trabajadores y voluntarios que desarrollan su labor en primera línea ayudando a la población en la crisis sanitaria y económica del coronavirus.

El acto de entrega fue distinto, con menos música, con discursos cortos y con momentos de emoción. Fue algo más práctico, más sencillo y menos pomposo. Fue un recuerdo de lo ocurrido en los meses más duros, marzo y abril, y de rememorar a los que han perdido la vida sin el calor de sus familias. Pero también de llamada de atención para aprender de lo ocurrido, Lo dijo Cristina Blasco, la enfermera que recogió la medalla en nombre de todos a los que va dirigida. Pidió que la medalla esté «llena de compromiso político» para «mejorar las condiciones de trabajo» del personal sanitario, para «cambiar el modelo de atención a los mayores» y para «no bajar la guardia y seguir las recomendaciones».

Blasco, que se jubiló en julio tras 43 años de vida profesional, fue la supervisora de Enfermería en el Virgen de la Montaña cuando el viejo hospital se tuvo que reabrir para alojar y atender a enfermos de coronavirus. «No hay que olvidar nunca lo que hemos vivido», reclamó, para solicitar a continuación «respeto y empatía» con el personal sanitario porque «esto no ha terminado». Ella habló en nombre de todos los merecedores de la distinción.

Es una medalla que la corporación decidió dar al final sin poner nombres y apellidos de ningún colectivo para que ninguno se sintiera olvidado y para lograr la unanimidad de toda la corporación. Pero en las intervenciones se citaron grupos concretos, los que más directamente lucharon contra la enfermedad en los meses del confinamiento de la población.

Fue a esas primeras semanas tan duras a las que refirió en su discurso Basilio Sánchez, jefe del servicio de Medicina Intensiva en Cáceres. Recordó como la tensión y el desasosiego con el que viven los sanitarios en las Ucis «subió un escaño más en la escala de intensidad» en unos días en los que «el mundo se detuvo afuera», mientras que en las unidades de cuidados intensivos «se aceleró, todo caótico y obligados a tratar a pacientes con una enfermedad» que era desconocida. El médico narró como «el miedo a equivocarnos nos mantenía en vilo» y como se mantuvo «una lucha desigual con una enfermedad que era desconocida y terrible» en unos momentos en los que «las mejores noticias» eran «las despedidas» de los que salían de las Ucis, partidas «que aplaudíamos como niños».

También el alcalde, Luis Salaya, centró su discurso en esos meses, los más complicados, con unos primeros días que empezaron con «una risa nerviosa» y «una sensación de irrealidad», para después poco a poco «todo empezar a rodar» gracias a la labor de voluntarios y profesionales que tuvieron que trabajar «en las condiciones más difíciles». El alcalde confesó que en esos primeros días hubo una cercanía entre los distintos grupos políticos muy poco habitual en otras épocas, una confianza reproducida en momentos concretos como cuando le dijo al portavoz del principal grupo de la oposición que «no tenía claro lo que iba a hacer y él me contestó que no me preocupase, que lo que hiciera estaría bien».

RETO INMENSO / Hubo muchas alusiones en los cinco discursos que dieron forma al acto a los que faltaban, a los fallecidos. El presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, lo resumió en dos palabras: «silencio y ausencia», la segunda «muy dolorosa» y para «no olvidar». Subrayó que esto no ha terminado, llegó al acto tras haber mantenido una reunión en el Ministerio de Hacienda, y avisó de que nos estamos enfrentado «al reto más inmenso que podamos imaginar».

El destino de la medalla lo resumió la concejala de Cultura, Fernanda Valdés, al decir que es una distinción para «muchas manos y hogares» para «manos anónimas, pero solidarias».