Según pudieron oír ayer las cientos de personas que llenaban el Teatro Maltravieso Capitol, Ferrán Adriá se define a sí mismo como un «chico de barrio de clase trabajadora». El talento y el trabajo le han colocado en la cima de la cocina mundial. Obtuvo todos los premios posibles con su restaurante El Bulli, en Gerona; y ahora, desde que este cerró, con El Bulli Foundation, ‘alimenta’ la creatividad con la cocina como base.

Adriá vino a Cáceres, lo repitió varias veces, por amistad hacia Toño Pérez y José Polo, que junto a la Asociación de Amigos Fundación Helga de Alvear, le invitaron a dar una charla dentro de los actos de conmemoración de los treinta años de Atrio. Pero la del cocinero catalán no fue una charla al uso, ni por el fondo ni por las formas. Ferrán Adriá intentaba llegar al fondo de qué es la creatividad, la innovación, el arte y cómo este se puede encontrar en cualquier parte, en una conversación profunda con la audiencia.