Serapio Román se casó con Petra y tuvieron cuatro hijos: Angela, Chiqui, Pedro y José. Vivían en la calle Cornudilla, donde Serapio tenía una churrería en la que cada uno ejercía una función: los hombres hacían los churros, Chiqui los despachaba y Angela los vendía por las casas y en un puesto que la família había adquirido en el mercado del Foro de los Balbos, donde también vendían fruta. La churrería tenía mucha clientela de la calle Soledad y de la parte antigua, bueno, y de don Alfonso Díaz de Bustamante, que era el alcalde y que siempre repostaba en el negocio de Serapio.

Los Román no desayunaban nunca juntos en casa porque entre las cuatro y las cinco de la madrugada había que ponerse en el patio, donde apilaban la leña para encender la lumbre y freír la masa. Cuando el petróleo entró en los hogares el proceso, aunque igual de laborioso, era más rápido porque los Román pegaban el fogonazo y ¡¡eureka!! la lumbre ya estaba encendida.

Juan Iglesias y Obdulia vivían en la calle Constancia. Juan era carpintero de Javier, fotógrafo al que hacía los escenarios de madera que utilizaba para sus montajes fotográficos. Tenía Juan su taller en la parte más alta de la casa de Pintores donde los Javier aún conservan su negocio. Juan compaginaba aquel empleo con su puesto de ordenanza en la Casa de Socorro, que estaba enfrente de La Machacona y donde se pasó 40 años como cobrador de las facturas. La Casa de Socorro era como las Urgencias de ahora, el lugar donde te ponían las inyecciones. Juan y Obdulia tuvieron dos hijos: Luisa y Luciano.

El destino quiso que las familias de Serapio y de Juan se unieran cuando dos de sus hijos, José y Luisa, se conocieron una bonita tarde de verano mientras José se bañaba cerca del puente de Concejo y Luisa paseaba con sus amigas. Se casaron en San Juan, pero como hacía tres meses que se había muerto su suegra, Luisa vistió de negro, eso sí, con un vestido precioso que cosió ella misma y un sombrero que encargó a Irene, una señora que se dedicaba a la venta y arriendo de sombreros.

El matrimonio se fue a vivir a la calle Constancia, donde vivían los padres de Luisa. Tuvieron cuatro hijas: Petri, Luli, Marisa y María José. La infancia de aquellas niñas fue muy feliz, en aquel barrio donde vivían Nati, Felisa, que su marido murió en una explosión en la mina, y su hija se llamaba Tere y sus primas eran Pepi e Isabel, que eran hijas de Alfredo y Martina.

La señora Nicasia era muy popular en el barrio porque arreglaba torceduras de huesos. Enfrente había una carbonería y la pensión de Isidra y Gabino, que tenían dos hijos: Jesús y Emilio. También vivía allí Paquita Navarro, culta y elegante, adelantada a su época, que preparaba las cruces de Mayo y siempre sacaba los trajes de cuando era joven para que las niñas hicieran las comedias. El padre de Paquita se llamaba Juan y era cantero, así que a las puertas de su casa se montaban largas colas de obreros que una vez a la semana acudían a cobrar el jornal.

Enfrente estaba la señora Fermina, que vendía chucherías. En las tardes interminables de verano, Luisa ponía una sábana sobre el suelo para que sus hijas durmieran la siesta. Las conminaba a guardar silencio recordándoles que de lo contrario perderían el helado de rigor, puesto que entonces pasaba por la calle el heladero, con aquellos helados que te sabían a la misma gloria.

La tienda

José, el marido de Luisa, al que todos conocían como Pepe, trabajaba en Mendieta, establecimiento en el que permaneció durante 30 años. Mendieta estaba en el número 1 de la calle Pintores y era como unos grandes almacenes, donde se vendía de todo, desde perfumería hasta textil. Junto a Mendoza y Gozalo fueron las tiendas de referencia.

Mendieta era propiedad de Antonio Mendieta, empresario cacereño que se casó con Mercedes y que vivía en Cánovas. La tienda tenía un mostrador muy largo y varias plantas. A mano izquierda disponía de una casillita de cristal donde estaban las cajeras, unas veces era Carmen, otras era Mercedes. El escaparate de Mendieta era una amalgama de productos, un edén comercial al que arribaba todo Cáceres y también mucha gente de los pueblos cercanos atraída por su variedad de oferta.

Junto a Pepe Román trabajaban como dependientes Jesús; Santiago, que estaba en el almacén; Felipe; Emilio, que era el botones y que con frecuencia subía a casa de los Román para que Luisa hiciera los arreglos; Sevilla; Vito; Toñi; Charo... y muchos más, imposible citarlos a todos.

Pepe acudía a su trabajo como un pincel, con su corbata y su impoluto traje. Y es que lo de antes era despachar de verdad; los dependientes lideraban el mostrador y desenvolvían género y género, y luego lo volvían a envolver cuando la clienta, siempre achuchadina de perras , decía: "Gracias Pepe, mira, que ya vendré con el niño para que se lo pruebe" .

En la sección de Perfumería había buenas marcas, aunque lo que arrasaba era la colonia a granel: ahora compras el bote de litro, antes te llevabas un pequeño frasco de casa y hacías filigranas para que te durara el mes entero.

La noche de la cabalgata de Reyes Mendieta cerraba a las 12 de la noche. Luisa llevaba a sus hijas a ver el desfile y luego pasaba por la pastelería Isa a comprar dos bizcochos de limón, que llevaba al bueno de Pepe para que aguantara hasta el cierre.

Pepe y Luisa tuvieron mucha ayuda de los abuelos maternos: pagaban las matrículas, los uniformes del colegio... siempre estaban al quite para que en casa no les faltara nada. La casa de los Román tenía la típica puerta de dos hojas, con una aldaba y una llave que cuando la metías en el bolso, el hombro se te echaba para un lado. En el comedor había dos camas-mueble primorosamente vestidas con sus cretonas. Esa sala servía de comedor durante el día; de noche hacía las veces de dormitorio. Luego había un comedor bueno, que apenas se utilizaba, el dormitorio de Pepe y de Luisa, y el corral, donde estaban la cocina y el retrete. El baño de cinc se usaba para lavar la ropa, también como bañera. En invierno se metía en el comedor, junto al brasero de picón, en verano en el patio. La alacena almacenaba la comida, casi siempre se compraba a diario para evitar que la mercancía se estropeara porque no había frigoríficos, y el agua se acarreaba de la fuente de la plaza de Italia. Pese a las estrecheces, fueron años dichosos.

El Sagrado

Petri, una de las hijas de Luisa, estudió en el Sagrado Corazón, que está en La Conce, en lo que luego fue el Club Taurino. Allí hizo hasta Ingreso, con la hermana García, la hermana Cubillo, la hermana Noriega... En el cole había un patio con un pozo en medio y al principio las niñas llevaban un uniforme negro, con una banda roja en la cintura y un cuello blanco, de plástico, rematado por una cinta roja. Luego llegaron los uniformes de color gris.

Tras el ingreso, las niñas pasaban a la plaza de Caldereros, donde ahora está el rectorado. Allí hizo Petri hasta 4º de Bachiller. Eran inolvidables las fiestas del colegio, cada 21 de junio, con sus tómbolas, sus teatros, el chocolate con churros... Impartían clases doña Emilia Galán, que era la de Matemáticas; don Ricardo Durán o don Pedro Iglesias, que daba Ciencias Naturales y era un profesor agradable y ameno.

Petri compartía pupitre con Marina Casero, María Justa, Charito Pérez, María Jesús Pérez, Esperanza Vegas, que es de Monroy, o Patro Márquez, hija de Alfonso Márquez, que era el propietario de la panadería Márquez, cuyo empleado, Pepe, acudía a recoger a las niñas al colegio en la furgoneta.

Cuando Petri se fue al instituto El Brocense conoció a Luis Cobo. Tenía ella 14 años y se enamoraron locamente. El la subía a su moto y le daba vueltas por el Rodeo. Un día Petri se quemó con el tubo de escape y al llegar a casa le echó a su madre una buena trola y le dijo que se había quemado con una plancha en casa de su amiga Pauli, que vivía por la eléctrica, que se casó con Paco Catalán y ahora viven en Vigo.

En los recreos del instituto iban en busca de la resolana, a las puertas de la Ciudad Deportiva. Los padres de Luis se llamaban Faustina y Luis, tuvieron el bar Cobo en la plaza de Italia aunque él también trabajó en Intendencia, que era un almacén del Ejército que estaba en Los Fratres. Faustina siempre preparaba a su hijo un bocata. Entonces los bocadillos se envolvían en papel de periódico porque no existía el Albal , así que a veces las letras del diario se grababan en el pan al abrigo del aceite, pero te los comías igualmente porque eran un auténtico manjar.

De la moto al 600

Luis pasó de la moto al 600, paseaban por Pintores y bailaban en el Kinea, que era una sala de fiestas del Casar. Iban con Agustín e Isabel, Segundo y Mimi, Luis y Paqui y Encarni y Miguel Angel. También acudían a bañarse a Valdesalor, a la piscina de la Deportiva o al baile de los Alféreces Provisionales, que estaban en Obispo Galarza y tenían unos jardines y una barra y siempre ponían música de Adamo. Luis y Petri se casaron un 6 de abril de 1974 en San Juan, los casó el padre José Luis.

El banquete lo celebraron en La Rosa. Eso sí, no pusieron en el menú Huevos a la Perigordini, porque en todas las bodas ponían Huevos a la Perigordini y ellos acabaron hasta la Perigordini de aquellos huevos, así que se inclinaron por la merluza a la cazuela. De viaje se fueron a Canarias, que entonces era como ir a Cancún. Luis trabajaba en Caja Extremadura, vivieron en García Holguín, después en Reyes Huertas, en un piso que como tenía calefacción a ellos les pareció, claro, la quinta maravilla.

Luis y Petri tienen tres hijos: Sonia, Cristina y José Luis. Viven en las Casas Baratas y aún recuerdan el mostrador de Mendieta, los escenarios fotográficos de Javier, los churros de la Cornudilla, los helados de la calle Constancia y aquellos inolvidable bailes en Kinea donde una tarde se prometieron su amor.