En la ciudad feliz siempre han gustado mucho los cohetes artificiales. Es natural: comulgan con la idiosincrasia colectiva. Esa luminosidad banal y efímera, esa estela ilusionante que queda en nada, ese ruido alborotador que no trasciende el mero bullicio. Cuando en Cáceres se anuncia espectáculo pirotécnico, hay lleno seguro.

La ciudad feliz programó desde antiguo luminarias y estallidos, pero quien más promocionó la pólvora lujosa fue el obispo Manuel Llopis Ivorra. El prelado era de Alcoy, ciudad muy dada a las nits del foc y a las fiestas de moros y cristianos con petardos. Llopis estaba muy familiarizado con este entretenimiento y cuando en 1950 fue destinado a Cáceres, enseguida introdujo espectáculos pirotécnicos en la fiesta de San Jorge y cimentó la tradición local del fuego artificial.

Una herida en un ojo

Impulsados por esa querencia, miles de cacereños se juntaron noches atrás en el parque de El Rodeo para asistir a una orgía nunca vista de guirnaldas, tracas y bombas. Pero los cohetes son peligrosos y por mucha seguridad que se procure, siempre se corre el riesgo de que una carcasa o una varilla te desgracie. Eso sucedió esa noche en El Rodeo: un ciudadano fue herido en un ojo y se armó la de San Quintín.

Del revuelo que sucedió a las explosiones llama la atención, sobre todo, un razonamiento del concejal Santos Parra desautorizando las quejas y denuncias del ciudadano herido, pero no porque tuviera o no razón, sino porque era militante del PSOE y de UGT. En esa argumentación late la esencia política y social de la ciudad feliz .

Según la Escuela Francesa de Sociología, la identidad colectiva depende de la existencia de elementos como un territorio propio, una población con rasgos étnicos, sociales y culturales, una estructura socioeconómica particular, una historia diferenciada, una lengua, unas instituciones, un sistema jurídico y una mitología basada en héroes o personajes relevantes.

En la ciudad feliz , sólo se dan dos de estos elementos y no se puede por tanto hablar de una identidad nacional, a menos que a algún Carod local se le ocurra que por emplear el mi niño y el ...o algo ya tenemos lengua propia. Sin embargo, sí que se pueden distinguir una estructura socioeconómica particular, donde más del 60% de la población depende directamente o indirectamente de un sueldo de la Administración, y una mentalidad y un sistema de valores sociales muy peculiares.

Desde que a partir del siglo XVI la nobleza campera cacereña enmpezó a emigrar a Madrid, abandonando sus dehesas y sus palacios, la ciudad se estancó. No había propietarios medios, gremios artesanales ni burguesía industrial y Cáceres se quedó postrada, sin voces críticas ni reivindicativas.

Militancia cofrade

Ese adormecimiento cultural y social es característica intrínseca de la ciudad feliz y no parece que haya demasiado interés por cambiar las cosas. Para reivindicar y luchar hay que asociarse y militar y en Cáceres, la única militancia importante y bien vista es la de los cofrades de Semana Santa.

En el imaginario colectivo de la ciudad feliz , ser militante de un sindicato o de un partido no resulta elegante ni de buen tono. En Cáceres, lo chic es la desmovilización, el escepticismo y la conformidad. El concejal Santos Parra participa de esa ideología dominante cuando descalifica al militante herido por formar parte de una organización política.

Es decir, si no se asociara y fuera un individuo aislado podría tener razón. Agrupado, la pierde porque las superestructuras tradicionales de la ciudad feliz procuran, desde hace cinco siglos, que los cacereños sean súbditos callados y despreocupados a quienes les bastan unos fuegos artificiales para ser dichosos.