Bastantes estudiosos de la religión y nuestra propia experiencia nos dicen que hay una profunda crisis en el cristianismo de Europa, y nos preguntamos por su futuro. Si bien, lo que parece estar en crisis es una forma histórica de cristianismo, que en muchos aspectos está desfasado en relación con la cultura actual. Lo más probable es que no volverá un modelo de gran Iglesia, a modo de sociedad perfecta, con gran peso social y cultural, aunque algunos nostálgicos lo deseen. Esta forma institucionalizada de cristianismo, a mi entender, se va desmoronando poco a poco, pero, entre sus ruinas también han ido surgiendo nuevas formas, basadas en comunidades y grupos, fuera y dentro del ámbito parroquial, movidos por una fe muy personalizada, celebrada y compartida con los demás. En estos brotes, poco fuertes en cuanto al número, se atisba un cristianismo renovado.

Cuando estos grupos y comunidades se cierran en sí mismos, considerándose más puros que los demás y acentuando las diferencias respecto al resto, tienen el peligro de asectarizarse, encerrarse en una especie de gueto y dañar la unidad de la Iglesia. Por el contrario, cuando las pequeñas comunidades y grupos son auténticos se sienten parte de la gran comunidad eclesial que es, a la vez, una y diversa. Aquí, en la Iglesia Diocesana de Coria-Cáceres, animados por el aire nuevo que trae el papa Francisco, todos debemos impulsar una renovación de las comunidades parroquiales, asociaciones y movimientos, de modo que, compartiendo los rasgos mejores de cada uno, ofrezcamos a nuestro mundo el Evangelio de Jesucristo y su fuerza transformadora de las personas y de las estructuras sociales. El Evangelio es mensaje de salvación también para el hombre y la mujer de hoy. Pero es importante que, al anunciarlo, tengamos en cuenta sus preguntas, gustos y necesidades; y ofrecer con el lenguaje y la sensibilidad de hoy y no de otros tiempos.