Que agosto sea el mes de vacaciones por excelencia no debería ser excusa para negar que Cáceres parece un desierto en verano. Desierto porque, a pesar de terrazas y algún concierto multitudinario como el de Serrat&Sabina, la ciudad sigue dormida, sin ofrecer una oferta cultural que atraiga a los visitantes y, lo más importante, les retenga en los hoteles al menos dos noches, objetivo de la concejalía de Turismo para esta legislatura. Que queda mucho trabajo de promoción por hacer es obvio. El concejal Felipe Vela tendrá, desde su puesto de privilegio como presidente ejecutivo de la candidatura del 2016, que pelear para hacer realidad ese proyecto de convertir la parte antigua en un lugar vivo, no ese museo de monumentos que es ahora. No es fácil cambiar la inercia de los tiempos recientes: la ciudad demanda a gritos apuestas más arriesgadas, en las que los jóvenes tengan mayor protagonismo. No se puede vivir solo de pistas de verano a las afueras, sin ofrecer alternativas para los que buscan música en directo en locales del centro, otra de las carencias que dejan evidencia a una ciudad que aspira a ser el referente europeo de la cultura en nueve años. Si el tópico dice que el movimiento se demuestra andando, Cáceres lleva mucho tiempo dando pasos hacia atrás. Pero aún queda tiempo para remediarlo.