Los poetas románticos, dotados de una extraordinaria sensibilidad para captar y trasmitir los sentimientos más recónditos del alma humana, nos dejaron versos muy sonoros en ritmos y cadencias de amor, tristeza o angustia; que, además, cargaban de simbolismo y trascendencia hechos de la vida vulgar y corriente; que para los demás mortales no eran más que rutinas sin el menor relieve.

En el centro de su «estro» poético también aprovechaban las cualidades emocionales de las estaciones climáticas --muy especialmente la primavera y el otoño-- para encuadrar en ellas los matices y colores de sus sensaciones emocionales.

Volverán las oscuras golondrinas,

en tu balcón sus nidos a colgar,

pero aquellas que aprendieron nuestros nombres…

Esas… ¡No volverán!

Escribía el inmortal Gustavo Adolfo Bécquer como imagen literaria, mil veces repetida, en todas las primaveras, para resaltar la presencia del amor y la brevedad de su latido. La tristeza que mana de la nostalgia de tiempos ya pasados y la inmediatez del olvido que sucede a la alegría del amor, cumplido y agotado en el frío invierno anterior.

Pero, estos versos de tristeza y nostalgia, se convertían, en los destellos de su pluma, en una referencia profunda de su propia vida y una ruptura de los eternos retornos que mantienen viva nuestra esperanza. Hay deseos y situaciones que ya no volverán; pues el nuevo orden de las cosas impiden su regreso y su disfrute.

También el poeta romántico extremeño, José de Espronceda, reflejó al otoño en otra de sus memorables estrofas; y, en este caso, aquellos ritmos y cadencias nos vienen muy oportunamente para reflexionar sobre aspectos que pueden ser también otoñales en nuestra propia vida.

Hojas del árbol caídas

juguetes del viento son:

las ilusiones perdidas, ¡ay!,

son las hojas desprendidas

del árbol del corazón…

Este último otoño, por desgracia, ha sido especialmente cruel con las hojas caídas y con las ilusiones perdidas de miles y miles de españoles que han visto cómo sus ramas --especialmente las más jóvenes y tiernas-- se secaban antes de rebrotar.

El viento cruel que las convirtió en «juguetes» fueron las podas y recortes que desde hace años vienen barriendo con rachas desbocadas todas las posibles ilusiones de gentes y familias. Pero el otoño también debe ser un paréntesis de reflexión y meditación en el que podamos rellenar el espacio de las «ilusiones perdidas» con renovados proyectos, afanes y aventuras vitales que iluminen de nuevo el camino a recorrer.

Terminado el otoño con la elección de un nuevo gobierno, y comenzado el invierno con vientos cruzados entre los partidos y agrupaciones políticas, a ver quién logra encender un mínimo de luz para el futuro. Pues toda nuestra esperanza está en esa interminable «quiniela» de pactos y «líneas rojas», de colores y matices que cada uno entiende a su manera, como si fuera un cuadro surrealista.

Qué bonito sería que las golondrinas de la próxima primavera recordaran nuestros nombres; que los vientos ábregos del otoño limpiaran de hojarasca los campos y los caminos. Y que se volvieran a llenar de ilusiones perdidas los corazones de nuestros jóvenes.