Todos debemos recordar, por muy mayores que seamos, lo que de estudiantes leíamos en los libros de geometría del espacio: Un «icosaedro» es un cuerpo geométrico en tres dimensiones con veinte caras o planos. Por tanto, un cuerpo complejo, con muchos lados, muchas aristas e incontables ángulos ocultos; con reflejos diversos en cada una de sus caras. Vamos, lo que es ahora el mundo del fútbol, con sus innumerables enigmas; muchos de ellos ocultos incluso a sus propios aficionados o practicantes.

Aspectos deportivos -los menos- que ya son motivo de apuestas y ludopatías, incluso entre los escolares; porque los promotores procuran situar sus casas de apuestas en el entorno de colegios o institutos; añadiendo a los «envites» con dinero otros atractivos consumistas, para inculcar en los muchachos nuevos y devastadores vicios.

El fútbol nació en la Inglaterra victoriana como un deporte para jóvenes caballeros, destinado a desarrollar sus cualidades físicas, el compañerismo entre colegas y las virtudes éticas de sus jugadores. Normalmente hijos de familias acomodadas; estudiantes universitarios, liberales de amplio espectro, que desahogaban su ímpetu juvenil con estas carreras intrascendentes detrás de un balón, para darle patadas, hasta introducirlo en una portería formada por largueros y cerrada con una red.

Del fútbol -«football», en inglé - se ha dicho ya de todo: como deporte juvenil frustrado, como negocio floreciente, como un sistema de “blanqueo de capitales” o como pantalla publicitaria para promocionar otras empresas y productos que nada tienen que ver con el balompié. Por eso lo he comparado con un cuerpo geométrico difícil de imaginar, para que los lectores se acostumbren más a pensar en lo que no es el fútbol, que en lo que aparece en los estadios o en los telediarios. Pues cuando se dan las noticias deportivas raro es el día que no nos sorprenden -los periódicos y programas deportivos- con la noticia de algún proceso judicial contra jugadores de fútbol, por fraudes, ocultación de ingresos, blanqueo ilegal de su inmensa fortuna o por otros negocios y trapicheos menos confesables. Con violentos enfrentamientos entre sus hinchadas, a veces, con varios heridos o lesionados. Cuando no con las torpezas y desatinos de los padres de jugadores «alevines» o infantiles, saltando al terreno de juego para arremeter contra el árbitro o contra los jugadores -igualmente niños- del equipo contrario. Últimamente, diciendo lo que pagan a ciertos equipos los niños que acompañan a los jugadores, «disfrazados» con sus mismos colores.

Los abultados estipendios que se pagan por este «trabajo» superan con mucho los salarios laborales de cualquier carpintero, albañil o cantero, cuyas tareas exigen mucho más esfuerzo y más continuado, que el del futbolista. Por supuesto, también su aprendizaje -como «maestría industrial»- es más costoso y menos agradable que el del deportista.

Los derechos de imagen son otro de los capítulos por los que los jugadores reciben enormes cantidades -inexplicables en una economía normal y decente- por exhibirse sonriendo para anunciar crecepelo, seguros de automóviles, despachos de abogados u otros sectores productivos en los que no tienen ni arte ni parte. En realidad, los futbolistas apenas si saben en qué sector productivo se clasifican las empresas que publicitan, o cuáles sean los procedimientos para obtener beneficios.

El fútbol fue el deporte nacional de las peores dictaduras y de los gobiernos más corruptos de los estados latinoamericanos; que empleaban sus triunfos en estadios y campeonatos como telones de fondo para su propaganda política y para tapar los escándalos que ilustraban su acción como gobernantes.

Hacer deporte siempre ha sido beneficioso y saludable. Buscar el triunfo y la superación ha fomentado las mejores virtudes entre nuestros jóvenes. Hacer negocio con la competencia, la humillación y el odio entre aficiones es de todo punto detestable y ruin.

¡Quizá haya que remodelar este «icosaedro!»