THtubo una época en la que los jóvenes llamaban a sus padres, feamente, "viejos". Con la crisis, o gracias a ella, se ha vuelto a descubrir la gran riqueza que para la sociedad tiene la familia. Muchos han descubierto incluso que gracias a los "viejos" se puede vivir y que, ante la falta de trabajo, no es mal trabajo cuidar de los padres. Aunque sea sólo por la necesidad, se ha producido un acercamiento entre generaciones. Tanto unas como otras han redescubierto que las dificultades hacen valorar más a las personas y sus esfuerzos. La generación mimada que ha tenido de todo --"que no les falte de nada", decían sus padres-- de una u otra manera ve ahora que la falta de ciertos bienes materiales puede hacer unir más a las personas y hacerlas, incluso, felices.

Pero el entendimiento entre generaciones nunca ha sido fácil. Los más viejos, olvidándose de sus errores juveniles, recordando incansablemente que ellos todo lo hicieron bien en una época que siempre fue mejor. Los jóvenes, con sus constantes ansias de volar, cerrando los oídos a los acertados consejos que evitarían repetir los mismos errores o peores. Si en algo me ha gustado la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, ha sido la insistencia del Papa Francisco en hacer partícipes a los jóvenes de su propio futuro, en evitar el "descarte" de jóvenes y ancianos y en buscar la conciliación entre generaciones. "los abuelos; qué importantes son en la vida de la familia para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe que es esencial para toda sociedad.

Y qué importante es el encuentro y el diálogo intergeneracional". El Papa lo apoya con una frase del Documento conclusivo de Aparecida: "Niños y ancianos constituyen el futuro de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos porque trasmiten la experiencia y la sabiduría de su vida" (n. 447).