La generación del siglo XXI no ha conocido la época en la que la telefonía móvil solo era para unos cuantos. Actualmente, la tendencia no entiende de estatus ni de edades, pero no hace tanto, esto no era así. Recuerdo el primer amigo que tuvo uno: Luis 'el del móvil', le llamábamos. Paseaba el celular dentro de una mochila, porque el 'aparato' tenía un peso y unas dimensiones que no había bolsillo que lo resistiera. Hay que decir, que antes del teléfono, también tuvo un busca (sí, él siempre fue pionero en 'tecnologías'); pero fue aquel ladrillo telefónico el que le hizo justo merecedor del apodo que a día de hoy, sigue teniendo.

En aquellos entonces, solo existía una compañía telefónica que diera cobertura móvil, y tanto los terminales como las tarifas por llamada, eran difíciles de asumir para la mayoría. Y no es que Luis, precisamente, nadase en la abundancia, pero mientras nosotros ahorrábamos para otros caprichos, él lo hacía para esto.

Por entonces, aquellos teléfonos no eran más que eso: teléfonos. Sin internet, ni cámara de fotos, ni aplicaciones o juegos, y ni siquiera con la posibilidad de mandar mensajes de texto (al menos aquel primero).

Con aquellos primeros dispositivos, aún se podían mantener conversaciones en familia, la gente paseaba por las calles sin mirar al suelo, y se seguía estando localizable, sin el tic propio del que continuamente revisa la pantalla del teléfono. No tener cobertura era de lo más natural, y no nos llevábamos las manos a la cabeza si en algún momento nos quedábamos sin batería (aunque bien es cierto que aquello era casi imposible, porque esas baterías duraban una eternidad).

Luis 'el del móvil', siguiendo la migración laboral propia de nuestra generación, trabajó en diferentes destinos, siempre con un móvil en la maleta; y, hoy, desde Londres, sigue empleando su teléfono para aquello por lo que ahorró en aquellos años para conseguir: una herramienta para mantener lazos y estar comunicado con los suyos.

En el momento en el que los celulares han dejado de ser teléfonos para transformarse en agendas, cámaras fotográficas, dispositivos gps, oficinas 24 horas (...) o en la burda excusa para no mirar a los ojos a aquel con quien estamos sentados, desvirtuamos el principal objetivo que éstos tienen: la comunicación.