Desde hace un año, todos los que trabajamos en la enseñanza, docentes y no docentes, necesitamos acreditar ante la Consejería de Educación que no figuramos en el registro central de delincuentes sexuales. Hasta aquí todo perfecto; llega tarde, pero llega.

La justificación parece evidente y solo cabría preguntarse si no sería oportuno solicitarlo periódicamente, alarmados como estamos todos con las noticias que aparecen, desgraciadamente, tan a menudo.

No sé qué pensará usted, pero yo tengo la impresión de que ni la sociedad ni nosotros mismos, a veces, somos conscientes de la responsabilidad tan enorme que implica trabajar con menores. En esto, como en otras cosas, también tenemos que aprender de los finlandeses, que basan todo su sistema educativo en un axioma irrefutable: «¿no son nuestros hijos nuestro mayor tesoro? Pues en la educación tienen que estar los mejores».

Esta idea tan sencilla, tan coherente, tan aparentemente fácil de cumplir encierra en sí misma el éxito del sistema educativo, sin perjuicio de otros asuntos legislativos importantes, pero tan manoseados políticamente. En crudo: ¿los adultos que trabajan con menores no deberían pasar determinadas pruebas que determinaran su idoneidad? ¿Estas pruebas no deberían ser periódicas, o acaso la estabilidad y el equilibrio personal es vitalicio?

Porque, que yo sepa, en el acceso a la función pública solo se pide memorizar un número determinado de temas, y ni siquiera si sabes explicarlos a un público tan especial -nuestros tesoros según los finlandeses, y según usted y yo, si me lo permite-.

Así que, bienvenidas sean todas las medidas destinadas a comprobar la aptitud de los que trabajamos con menores, en la enseñanza y en otros campos, ya que la actitud, como el valor, se presupone.

Y claro, seguro que surgen voces clamando contra estas y otras medidas, alegando no sé cuántas chorradas varias, cada cual más corporativista y más demagógica, (¿se acuerdan de los «guais modelnos»?); no lo dude.

Pero yo creo que proteger a los menores es una obligación de todos, también de usted y mía, pero en primer lugar de los poderes públicos; aunque solo sea para que esas noticias tan repugnantes que sufrimos desaparezcan de nuestras vidas.