Pilar Porras siempre recibe a las visitas con una amplia sonrisa en las instalaciones del Centro de Atención a Personas con Discapacidad Física (CAMF) del Imserso, en la localidad cacereña de Alcuéscar. Una simple mirada por la estancia desvela una colección de pintura intensa y serena, que produce un efecto atractivo y que está llena de vida. En una de las mesas de trabajo se sitúan los pinceles estratégicamente colocados para poder utilizarlos con la boca y una paleta repleta de todo tipo de colores. En los cuadros de las paredes es posible adivinar la influencia de la naturaleza, las calles, los tejados, los motivos florales y los pequeños detalles que reflejan su propia experiencia vital y su carácter optimista frente a las adversidades.

Antes de hablar de su pasión por la pintura, lo hace sobre sus recuerdos de aquella niña a la que le diagnosticaron esclerosis artogriposis múltiple congénita, una enfermedad rara que está presente en el nacimiento, caracterizada por la movilidad reducida en muchas articulaciones del cuerpo. «Los más bonitos de mi infancia --asegura-- tienen mucho que ver con las emociones y el cariño de mis padres, hermanos y amigos. Nací en 1944 en el seno de una familia humilde. Soy la menor de cinco hermanos. Los primeros años de mi vida transcurren en Jaraicejo, en la provincia de Cáceres. Mi ilusión era estudiar Magisterio porque me hubiera gustado ejercer de maestra de niños, pero no pudo ser porque tenía que desplazarme a Navalmoral de la Mata para realizar los exámenes y en aquellos momentos ni había vehículos adaptados ni posibilidades en casa para pagar a un profesor».

EL BORDADO / A pesar de las dificultades de la época, Pilar recuerda la vida de antes como «más bonita, más humana, más familiar. La convivencia con los vecinos era más entrañable. Entonces sí que había crisis». Su habilidad con el bordado ha hecho que ya sea conocida por sus trabajos porque hasta que cumplió 50 años hizo encargos de costura para particulares. «En mi casa, con mis padres, dedicaba mi tiempo a bordar y a hacer ganchillo. He confeccionado ajuares a varias personas del pueblo», dice orgullosa.

«También hago ropa para mí y chaquetas de ganchillo. Desde pequeña he conseguido herramientas para ser lo más independiente posible, pero fue en el bordado y en la pintura en donde pude encontrar el medio para expresar mi sentir y mis ideas a los demás». Bordar es para Pilar una manera de expresarse. Su conexión con la costura viene heredada de las mujeres de su familia y, desde muy pequeña, se especializó en esta técnica. «Aprendí a coser con la boca siendo niña, viendo a mi madre realizar labores de costura, ya que mi mayor reto es ser útil en la vida».

Con la aguja y los hilos de colores ha adquirido unas habilidades increíbles valiéndose de la boca. «Cuando era pequeña, mi madre me quitaba la idea de coser porque decía que me podría tragar el alfiler, pero al final, viendo que yo insistía, me enseñó a bordar. Curiosamente, cuando mi madre era mayor, me pedía que le enseñara a enhebrar. También tuve una máquina de tejer a la que impulsaba el pedal con la rodilla mientras que con la boca desplazaba la tela para la costura».

Asegura que «los sueños pueden hacerse realidad si ponemos suficiente empeño en conseguirlos». En 1995, Pilar ingresó en el CAMF, donde continúa dedicándose a las labores y los lienzos en los talleres ocupacionales. «A través del bordado y la pintura he podido encontrar el medio para expresar mi sentir y mis ideas a otras personas. Desde que empecé a pintar en el centro y, sobre todo, cuando ingresé en la Asociación de Pintores con la Boca y con el Pie, de alguna forma encontré el puente que me ha permitido sacar todo lo que tengo dentro, lo que me hace sentir realizada y estar muy feliz».

Pilar, que hasta el 31 de agosto tiene colgada una exposición en Alcuéscar, es becaria de la Asociación desde 1998. Comenzó a pintar con la boca como parte de una terapia y ahora lo hace como una auténtica maestra. En la actualidad su universo creativo es rápido, gusta de colores vivos y mezclas osadas. Pinta sobre todo paisajes, temas florales y retratos. «Fue en el CAMF cuando hice los primeros pinitos animada por un compañero que dibujaba con la boca. Empecé a pintar un cuadro pequeñito y al final le dije a la monitora que mi intención era continuar en el taller», explica mientras se despide con un guiño.

Unos metros más allá, en el teléfono móvil de Daniela, una de las trabajadoras del centro, aparece una noticia del pasado mes de julio: «Tú has conseguido esto, no te quites méritos». Así animaba una entrenadora de un gimnasio de Estados Unidos a Tim, un adolescente sin brazos que acababa de superar sus miedos tras un entrenamiento de ‘crossfit’, dar un salto de 50 centímetros y colocarse sobre un cubo de madera. La hazaña de este joven, que fue colgada por uno de los entrenadores en Twitter, lleva ya más de 3 millones y medio de reproducciones y en las redes miles de usuarios alaban el gesto de superación. «Historia semejante a esta también ocurren aquí», explica Daniela mientras devuelve el teléfono al bolsillo de su bata blanca.

Si sumamos la población de Estados Unidos, México, Colombia, Japón, Brasil y Rusia, nos daría el equivalente a los mil millones de personas que viven con alguna discapacidad en el mundo. De esa cifra, el 80% están en países en desarrollo. En Alcuéscar, hay muchos ejemplos de ello, como el de Javier Sancho Caldera, nacido en Barcelona, que padece distrofia miotónica de Steinert, una enfermedad hereditaria caracterizada por una reducción de la masa muscular o fallos en la conducción del impulso cardíaco. Mientras repasa el ‘Marca’ en el taller de manualidades también repasa su vida: su madre era de Extremadura, pero tanto ella como su padre y su hermana murieron. Lleva en el centro desde el año 2000.

Tras despertar, su día a día es acudir a clases de músicoterapia, pintar cuadros... Y los fines de semana, ver todos los partidos del Barcelona, insiste mientras señala en el diario deportivo la crónica que cuenta la derrota del Barça frente al Bilbao. «La Liga no es cómo empieza, es cómo acaba», advierte con una sonrisa.

En ese momento entra en la sala Manuel, el profesor de uno de los talleres. «Lo que más predomina es la marquetería y la cestería. Se hacen trabajos de tejas, peinetas para la Semana Santa, pendientes, pulseras y otra serie de manualidades. Además hay un taller de pintura y todos los años ponemos un estand en el paseo de Cánovas. Son una terapia».

BOCCIA / De los talleres habla María Isabel Jiménez Pulido, directora de este centro que tiene una capacidad para 110 residentes. «El de radio se celebra los sábados». Hay tiro con arco y boccia, una modalidad deportiva diseñada para personas con diversidad funcional en la que sus participantes lanzan bolas con la ayuda de una canaleta o rampa. El centro ha cosechado numerosos premios en esta disciplina.

Toca decir adiós a Alcuéscar. Al llegar a la planta de abajo está Pablo Martín. A los 20 años su vida dio un vuelco. Un accidente de tráfico lo dejó parapléjico y desde entonces ha tenido que aprender a vivir en silla de ruedas. «Es un cambio tremendo», asegura. Pablo volvía de fiesta con dos amigos y se salieron de la carretera. A raíz de este trágico suceso ha estado en varios hospitales y centros para personas discapacitadas. «Soy del Real Madrid, me gusta la pesca, leer cuentos, ver películas y las nuevas tecnologías para navegar en internet. Ver musicales, ir de compras al Faro en Badajoz o acudir a la verbena».

Avanza a bordo de su silla por una habitación llena de trofeos deportivos mientras lanza un mensaje a la población en torno a la importancia de ponerse el cinturón de seguridad o de no beber cuando se va al volante. «He aprendido a ver el mundo de un modo diferente. He aprendido muchas, muchas cosas, y no solo a moverme en silla de ruedas, a esquivar los obstáculos, a colocarme con los brazos y no con las piernas, que también, sino cosas mas profundas».

La narración de Pablo impacta. «He aprendido --continúa-- a apreciar los pequeños gestos de la gente, a dejar las prisas a un lado, a disfrutar de lo que tengo y no a pasarme la vida deseando lo que no tengo». Su testimonio invita a pensar en cuánto nos quejamos de lo trivial: «He aprendido --sigue con su relato-- a disfrutar de una conversación, a degustar los pequeños placeres y, sobre todo, a comer hamburguesas, filetes de pollo con patatas, golosinas..., que son de mis comidas favoritas. Lo importante --dice-- ni se ve ni se toca, se siente». Benditas golosinas.