Cesáreo Jiménez y Leandro Galán respiraban ayer tranquilos. Había pasado el primer desembalse del invierno en la Ribera del Marco, sin que sus huertas hubieran resultado afectadas por la crecida del río. Aún no han olvidado la riada de noviembre del 2006, que se llevó por delante animales y enseres. Un mal recuerdo que, en las horas previas al desembalse de la madrugada de ayer, volvió a rondar por sus cabezas, aunque esta vez con final feliz. "Todo ha funcionado perfectamente", aseguraban los hortelanos, satisfechos con el dispositivo municipal, junto al cauce del Arroyo del Marco.

Las marcas de los rastrojos mostraban la implacable fuerza del agua en su caída desde la presa del Guadiloba. Las huertas estaban vacías; los animales, como si nada hubiera pasado. A Cesáreo Jiménez le parece que el desembalse pudo hacerse con la luz del día para facilitar el trabajo a la policía local que recorrió, palmo a palmo, la Ribera para que ningún vecino se quedara rezagado.

Sin embargo, no faltó tensión porque algunos, como Verónica Jiménez, tuvieron que sacar "a toda prisa" a sus animales. Afortunadamente, no les pasó nada, contaba ayer por la tarde, aún enfadada. "Nos dieron una hora. Solo nos dio tiempo a sacar a cinco caballos", asegura esta mujer que se queja de que les avisaran con tan poco tiempo de antelación en la noche del lunes. "Nos dijeron que iban a abrir las seis compuertas. Estuvimos con el alma en vilo", añade, tras la inundación de hace tres años.

Más relajado, Agustín Rebollo contemplaba ayer en su huerto cómo el cauce corría rápido aguas abajo. No recordaba una quincena tan lluviosa desde principios de los 70. Con 59 años, se ha criado en la Ribera. Su huerta estaba ayer intacta tras la crecida. Hubiera dado lo que fuera para que el Arroyo de la Madre tuviera otro canal.

En Aldea Moret, vecinos de la calle Germán Sellers de Paz sufrieron las consecuencias del agua con una gran balsa que dificultó el tránsito en la zona.