Ayer iniciamos el tiempo pascual que, durante 50 días, a los cristianos nos suena a primavera y a resurrección. La vida nueva que anticipó y experimentó en sí mismo Jesús. Pero no me resisto hoy a escribir sobre quienes se dedican a relatar noticias, transmitir imágenes y divulgar opiniones diversas. Hacen que lo más remoto nos resulte cercano y que la familia humana entre en nuestras propias casas. Si de algo hablan ahora los medios de comunicación es de la crisis económica y sus secuelas; pero ellos, los periodistas, apenas hablan de su propia crisis.

Hace unos días más de un centenar de ellos se concentraron en Cáceres convocados por su asociación para hacer público su descontento. Decían que en España se están perdiendo miles de trabajo en este sector, los diarios de la región soportan diversos ERE, se cierran emisoras de radio, hay recortes desmesurados en sus salarios, relaciones laborales cada vez más precarias, horarios complicados que hacen muy difícil conciliar la vida laboral y familiar. A las precarias condiciones económicas y laborales se añade un creciente malestar entre ellos porque, muchas veces, los partidos políticos, asociaciones y otras entidades instrumentalizan su trabajo de tal manera que dicen haberlos "convertido en sus voceros". En sus comparecencias públicas les piden que transmitan sin más sus mensajes y después no admiten sus preguntas. Su eslogan no pude ser más expresivo y debe hacernos pensar a todos: "sin periodistas no hay periodismo, sin periodismo no hay democracia". Los medios de comunicación no son empresas como otras cualesquiera y sus trabajadores merecen una consideración especial. Prestan un servicio irrenunciable cuando informan de forma veraz e independiente, cuando actúan como plataformas de diálogo o cuando sensibilizan a la población sobre los problemas sociales.