Aunque no lo parezca, la ciudad feliz no es sólo esa capital levítica de funcionarios, cofradías, matrimonios Cánovas arriba, Cánovas abajo y colas de chicas con purpurina y mozos con brillantina a las puertas de la Cameron y la Versus .

Hay un Cáceres canalla, despendolado y fané que resiste el empuje de las buenas costumbres y se reúne de miércoles a domingo en las sesiones de café teatro del pub Mistura, la sala Belle Epoque y la discoteca Boccaccio, en las fiestas de picos pardos de El Corral de las Cigüeñas, en los conciertos del espacio de ocio Aldana...

Esplendor en la piedra

La ciudad feliz no ha sido siempre la capital envarada y comedida en que se convirtió tras la guerra civil. Mucho antes de la explosión lúdica y creativa de los 80 (su otro gran momento de esplendor en la piedra ), Cáceres vivió años, entre 1846 (inauguración de la plaza de toros) y 1936 (levantamiento del ejército), en que, según las crónicas, más que feliz era divertida.

Eran los tiempos espléndidos del teatro Variedades de la calle Peñas, el preferido por la buena sociedad, donde se representaban zarzuelas y comedias, pero también obras ligeras de aficionados locales.

En el Principal, de la calle Margallo (más popular que el anterior), el periodista Felipe Uribarri y otros entusiastas del teatro estrenaban piezas divertidas y satíricas como Madrid, Cáceres y Portugal o Gusó Ver , donde se cantaban fados y se entonaban cuplés alusivos a personajes populares del Cáceres de entonces como un vate local apodado Tovarito o la bella hija de la tabernera vecina del teatro.

Había otros teatrillos de tablas a finales del siglo XIX, principios del XX, en lo que hoy es el Foro de los Balbos, en la plaza de la Concepción, en la calle del Matadero y en la corredera de San Juan. Llegaron los cafés con sus espectáculos de variedades: en 1913 se abría en la esquina de la plaza con General Ezponda el Santa Catalina, que programaba ilusionistas, concertistas, declamadores, humoristas...

Leyendo la crónica de la inauguración de la plaza de toros o de las corridas posteriores, se puede uno imaginar el pitorreo de aquel Cáceres tan divertido: en los tendidos se daban cita las más populares hetairas y todas las clases sociales. Muchos acudían al espectáculo con carracas, cencerros y pitos y se organizaba una algarabía de no te menees que luego continuaba en locales canallas como La Truca y la Cuca, La Teta Negra, El Pernil de las Doncellas o salones de baile y juerga como La Gallega, el Ansandi o el más comedido Café Viena.

Después todo se aplacó, la posguerra controló las emociones o las disimuló y Cáceres dejó de ser divertida para convertirse en la ciudad feliz . Pero de aquellos tiempos aún quedan rescoldos que crepitan al menor soplo de aire fresco.

Una de las personas que se encargan de que la fiesta no decaiga es una actriz emblemática llamada Conchita Miranda, más conocida por Fifi . Ella y su grupo Labotika , fundado por Marce Solís, se encargan de que en las noches cacereñas se celebren espectáculos de café teatro donde risa, sátira y creatividad son protagonistas.

Son 12 grupos de toda España que actúan en 14 localidades de Extremadura. En la ciudad feliz hay café teatro tres días cada semana. El miércoles 26, los emeritenses Apretacocretas actuaban en el pub Mistura. A pesar de que el espectáculo coincidía con el Dépor-Real Madrid, había lleno hasta la bandera. Era un público de entre 20 y 40 años que asistió a una sucesión de números de ritmo endiablado y risas imparables con escenas memorables.

Tras disfrutar (gratis) viendo a Jhony Delight y a Cuco Quirós, dos actores estupendos, el Cáceres desorejado se fue a la cama reconfortado con los efectos saludables del humor inteligente y satisfecho de que en la ciudad feliz haya vida más allá del adosado, del club social y del fútbol televisado.