Cuando se habla sobre los difíciles años de la Transición en Cáceres, habitualmente se conciben como un tiempo en el que se forjaron los futuros líderes de la izquierda local o regional. Es sólo una visión escasa y no siempre certera sobre una etapa difícil del pasado inmediato, desde los últimos años del franquismo hasta los primeros años democráticos. Algunos nunca se integraron en las nuevas estructuras de poder, a pesar de haber contribuido, de manera destacada, a que en su ciudad se escuchasen voces contrarias a lo establecido.

Uno de los lugares donde la Transición hizo parada en Cáceres y donde se fraguaron gran parte de las acciones que pretendían cambiar la mentalidad de la ciudad, fue el taller de encuadernación que situado en la calle Villalobos tenia Julio Escobar Macías 'el cojo'.

Este habitáculo, con olor a engrudo y papeles viejos, era algo más que un taller. En este lugar se opinaba y se discutía sobre el futuro y el presente, se planeaban acciones de propaganda subversiva contra el régimen, se leían libros prohibidos y se escuchaban canciones que invitaban a la revolución. Allí, entre guillotinas y prensas, se hablaba de libertad y de utopías que estaban por llegar.

Por el taller del cojo, anarquista y librepensador, desfilaron parte de los actores políticos de la Transición, muchos de ellos iniciados en este reducto libertario del Cáceres de los años 70. Todo gracias a los riesgos que corría su propietario. En el taller se entraba de dos en dos para no levantar sospecha que aquello era un nido de conspiradores. Se salía de igual forma. Toda precaución era poca para no ser controlados por los peligrosos "mandíbulas y manzano" dos conocidos miembros de la policía social franquista que estaban al acecho del rojerío local.

Julio Escobar era un cacereño peculiar. Aunque de familia de fontaneros, su cojera le había hecho orientar su ocupación hacia la encuadernación, donde destacaba como el mejor, un artesano de los libros. Si bien, su verdadera vocación era la música. Cantaba en el Orfeón Provincial y durante años, con su inseparable guitarra y su poderosa voz, viajo como cantautor allí donde le llamaban para interpretar sus propias canciones, que describían la vida de los perdedores y llamaban a la protesta.

Un día de Marzo de 2012, cuando supo que la muerte le rondaba decidió ir en su busca. Desenterró el viejo "fusco" y se quito de en medio, como acto de rebelión ante la propia muerte. Con su desaparición, se marchó una parte, importante, de la crónica rebelde cacereña en los atrevidos años de la Transición.