No se trata de un pasaje del libro sagrado, válgame Dios, no entiendo mucho, ni quiero discurrir por estos senderos. Más bien de veredas vacías, de ausencias míticas, de noches ayunas de aullidos y gritos antaño comunes. No están, el viento de la incomprensión se llevó a uno y el experimento inconsciente al otro.

El último lobo de esta tierra terminó sus días cerca de Carbajo y el último lince a orillas del río Tamuja. El amigo del Santo de Asís anda cerca, a tiro de piedra, junto al paraíso de los cerezos. El gran gato intenta prosperar en Granadilla ¡Qué hermoso sería pasear por el campo intuyendo la presencia del gran depredador, observar su huella en el profundo hontanar, acaso oír su lamento en una noche turbia o mirar admirado la huella indeleble del lince en el tronco de un árbol!

Ahora es el momento, nuestros campos surtidos de ungulados constituirán la despensa para el cánido, que en otro tiempo, cuando le llego su fin, no tenía más remedio que atentar contra los intereses del hombre. Bastante peor lo tiene el felino, las enfermedades diezman, año tras año, las ya mermadas poblaciones de conejos y, tendrán que adaptar su dieta a las abundantes liebres, lo veo difícil. Pero quiero seguir soñando, ver de nuevo nuestra naturaleza completa. Cuando vuelvan, el cazador se sentirá relevado del antipático descaste, del molesto control de depredadores; ellos velaran por su caza, cuidarán sus cotos. Seguirán en línea recta el rastro zigzagueante del delicado corzo, tentarán las cortantes pezuñas de las ciervas o acosarán hasta la fatiga a los rudos jabalíes. Agazapado en las eneas, inquieta la cola, observarán las andanzas acuáticas del ánade real para caer sobre él al menor descuido, ahuyentarán al astuto zorro y al raro meloncillo.

El campo será más grande, más misterioso si cabe. Esta tierra feraz, inmensamente espléndida, llena de vida, huérfana ahora de dos seres míticos; sentirá de nuevo en sus riberos, en sus sierras pequeñas y más grandes, el paso sigiloso del lince. Y por el aire, como un tañido lejano, desde Valle Loboso hasta los Atambores, junto a la Mata Lobosa, volará el lamento antiguo del lobo. Sólo el ganadero o el pastor, se estremecerán incluso con el confuso ladrido del noble mastín. Cuando lleguen por fin a la tierra prometida.