Tiene 53 años, aunque aparenta menos. Acumula la edad en los ojos. Evita cruzar la mirada y cuando se atreve, lo hace tímido para evitar que alguien adivine la carga que arrastra tras treinta años huyendo. Mussa Baldé abandonó su país con 24 años y desde entonces su vida se ha convertido en una travesía que a cualquiera se le antojaría eterna. Dejó una Guinea Bissau en guerra y aterrizó en Portugal con un permiso de trabajo en un barco pesquero. Más tarde embarcó a las Canarias, y allí se enamoró y tuvo una hija que ahora también cumple 24. Intentó regularizar su situación en España, pero no fue posible. La dificultad para reunir la documentación de su país natal y las negativas laborales lo complicaron. Volvió a probar suerte en Madrid, estuvo empleado en la construcción, pero poco después volvió a llegar la nada. Decidió regresar a las islas, donde se encontraba la que era su familia. La responsabilidad de no encontrar un trabajo hizo que intentara regresar a la península.

Un amigo le consiguió un contacto con el dueño de un puesto de venta ambulante en Cáceres, y fue cuando pisó a la capital cacereña por primera vez. En un control, la policía notificó su situación irregular y lo trasladaron temporalmente al Centro de Internamiento de Emigrantes (CIE) en Madrid. Pasó el tiempo máximo, sesenta días. «Es peor que la cárcel», recuerda. Tras esos dos meses volvió a Cáceres, ciudad en la que está empadronado. Desafortunadamente, el compañero con el que compartía piso se había marchado, y su casero, había decidido poner en venta su residencia. Sus pertenencias desaparecieron. Desde entonces, su situación no ha hecho más que empeorar. Reside en la ciudad desde hace cuatro años. Tiene retirado el pasaporte y sobre él pesa una orden de expulsión. La subdelegación del Gobierno está al tanto del periplo de Mussa, pero arguye una diferencia en su expediente que dificulta cualquier recurso: acumula antecedentes. Cuando este diario pregunta al vecino cacereño por este detalle, señala su ceja. Llama la atención una cicatriz ahora de lo que en su momento fue una herida profunda. Baldé esgrime que fue un incidente con su antiguo compañero de piso lo que le llevó a los tribunales. A pesar de este «obstáculo» judicial, sus abogados estudian opciones. La única que puede abrir la puerta para formalizar su documentación en España es el arraigo laboral, es decir, que consiga una oferta de trabajo de mínimo de un año.

Mientras se resuelve su situación, Mussa ocupa sus horas en la biblioteca. Le encanta leer, confiesa. Era buen futbolista, pero él lo que quería era «acabar sus estudios». De su infancia recuerda que creció «viendo un país en guerra». Guinea Bissau fue una colonia portuguesa hasta que en los sesenta el país inició una guerra por la independencia. En el 1973 firmó una declaración unilateral y un año después, coincidiendo con el levantamiento militar que acabó con la dictadura en Portugal, el gobierno luso reconoció al país como independiente. Desde entonces, ha vivido en una situación de inestabilidad por las luchas de poder. «Toda nuestra generación salió de allí», recalca.

Reconoce que los treinta años en España han sido «difíciles». Sin papeles en regla, nadie le ofrece un trabajo. A pesar de eso, no quiere volver. En su país queda nada que reconozca. «No me identifico con nada de allí», asevera. Ha gastado «mucho dinero» en intentar regular su situación, pero lamenta que han sido «falsas esperanzas». Ahora comparte piso con una mujer de Ecuador en el centro. Cáritas paga su alquiler y acude cada día al comedor social. Aún así se siente «solo». «Si yo muero mañana nadie iba a enterarse», pone de manifiesto. Eso sí, agradece a la gente que le ayuda, a sus abogados y a la organización diocesana que se ocupa de que tenga un techo. «Yo solo quiero conseguir un trabajo, aunque no me paguen», repite una y otra vez.A continuación, abre su mochila, muestra su identificación y vuelve a guardarla. Se cuelga la bolsa al hombro. Ahí lleva toda la documentación que puede serle útil. Nunca sabe cuando va a necesitarla. Cualquier oportunidad es buena para buscar la oportunidad que lleva esperando tres décadas.