Se ha apagado la voz de oro que escribió parte de la historia de la ópera del siglo XX. Luciano Pavarotti nació en Módena en 1935. Su padre, panadero y apasionado melómano, le inculcó el amor por la música. En el coro del teatro de su ciudad dio sus primeros pasos en el canto mientras destacaba en el equipo de fútbol de la ciudad. Maestro de profesión, el joven cantante no pudo resistirse a la llamada del arte; ya poseía una voz maravillosa, de agudos resplandecientes, colores celestiales, de inimitable poder comunicador y flexibilidad infinita. Con ese imparable pozo de talento era de esperar que llegaran algunos de sus primeros éxitos casi inmediatamente, como el sonado debut de 1961 en el Teatro Reggio Emilia con el Rodolfo de ´La bohème´, de Puccini.

A mediados de los 70, Pavarotti se convirtió en personaje público, pero, ante todo fue un artista inconmensurable, capaz de enamorar al más escéptico por ese carisma accesible y por esa energía que lograba tanto en los coliseos operísticos como en esa otra faceta que tanto explotó, la de recitalista. Acompañado de su pañuelo, de su corpulencia, su felicidad pegadiza y su arte interminable, el artista paseó su talento por medio mundo, a veces junto a otros dioses de la lírica, como cuando se embarcó en los sonados conciertos de los Tres Tenores con sus colegas Domingo y Carreras. Tampoco el mundo del pop (George Michael, Elton John o Liza Minelli) pudo resistirse a unir sus químicas con las del emblemático tenor.

Pavarotti fue el tenor más popular desde el gran Enrico Caruso y el responsable de que el mundo entero entonara el aria de la pucciniana Turandot, ´Nessun dorma´, hasta en la ducha.También fue grande con Verdi, y con Massenet, Bellini y Donizetti... Digan lo que digan. Con Pavarotti se marcha una forma de entender el arte lírico.