Uno de mis pasatiempos favoritos, cada vez que ceno con algún músico importante o con algún escritor de los que ganan muchos premios es preguntarles qué clásico no soportan. Si la mesa está concurrida, se forman debates interesantísimos y muy divertidos: «Mendelssohn era un niño pijo, por Dios, cómo no iba a componer cosas alegres, ese burgués mimado». «No puedo con Victor Hugo: lo he intentado con ahínco, pero me veo las películas mejor». También a qué programas de dudosa factura intelectual se enganchan: «A los de buscar trajes de novias o a los de supervivencia». «Yo a los de tartas».

Las reuniones con los amigos hacen que la idea del armagedón quede mucho más diluida. Las vidas continúan y en las vidas hay mucho más que un gobierno, una noción de patria, una izquierda y una derecha, aunque el posicionamiento político construya tu estar en el mundo. En las vidas hay otros conceptos de lucha: otros detalles. Los cafés, las tartas, un pijama gustosito y suave que te regalan, la obra de teatro que llevas esperando ver, abrir a primeros de año los calendarios de conciertos de los artistas que te gustan, por si pasan por España alguna vez… Pesarte tras las Navidades, abrir los ojos con todos los mohínes del mundo cuando ves la cantidad obscena de kilos que has acumulado otro año más y darte cuenta de que, al fin, nada que no produzca excesivos sobresaltos es tan terrible.

El año siempre comienza con los proyectos y con los balances y se retoman las programaciones culturales de las salas que, durante diciembre, se han dedicado, sobre todo, al público infantil y familiar. También llegan las cuentas.

Pocas veces hablamos de las cuentas.

Y son importantes: es nuestro dinero, al fin y al cabo.

El Ministerio de Cultura gastó el año pasado casi tres millones de euros en comprar obras de arte. En realidad, es bastante más, porque La Virgen de la Granada, de Fra Angelico, costó un pastón: 18 millones de euros pagados a la Casa de Alba en cuatro mensualidades. Los vale. Es, probablemente (por dejar abierta la puerta a gustos canónicos) la mejor obra de Fra Angelico y de la pintura florentina de la primera mitad del siglo XV que permanecía en manos privadas. En la misma reunión se aceptó la propuesta de donación de otra importante tabla florentina, una predela (una predela es la parte inferior de un retablo) que refleja la muerte de San Antonio abad, cuyo reciente estudio ha permitido su atribución también a Fra Angelico. Las obras las compró Carlos Miguel Fitz-James Stuart y Silva, decimocuarto duque de Alba, que es el principal coleccionista y mecenas de la casa de Alba: compró obras de Tiziano, Previtali, Perugino o Ingres.

El año pasado se compraron lienzos de Dosso Dossi (Eneas y las harpías, también para El Prado), Alonso Cano (la Magdalena penitente en el desierto) y Miguel Cabrera y también tallas de Pedro de Mena y la Roldana, además de una colección de carteles de Ernesto Giménez Gecé; y el archivo del Marquesado de Aguilar de Campoo.

Y el buen gusto de nuestro Ministerio de Cultura (escribo esto sin saber si seguirá Guirao al frente y cruzo dedos) me sirve para hablarles de Luisa Roldán, la Roldana, de la que no tenemos casi obra en las colecciones públicas españolas porque gustaba y gusta tanto que todo el mundo le compró y sus esculturas andan por todos los países de la tierra. Fue la primera escultora española registrada, era hija del simpar Pedro Roldán (al que, al menos, igualó) y una de las principales figuras de la escultura barroca andaluza: hablamos de fines del XVII y principios del XVIII. Fue escultora de cámara para los monarcas Carlos II y Felipe V hasta que murió. En medio, un padre que enseñó a sus hijas el oficio, una hija superlativa que se casó sin el consentimiento paterno después de que su novio la raptara (esta es una larga historia) y unos monarcas que pagaban tarde y mal porque la situación general de España era mala: demasiada corrupción. Nada nuevo. Murió pobre igual, harta de trabajar.

La situación de las artes y la cultura no ha sido nunca halagüeña. Muchos compaginan dos trabajos: Tamara Agudo, que con cuatro años le dijo a su madre que quería dedicarse a actuar, trabaja con los Cantajuegos y, cuando la agenda se lo permite, gira con su espectáculo unipersonal (con colaboraciones) Cabarieté, una mezcla de teatro de clown, musical -con la mayoría de las canciones compuestas por ella misma- y de otros lenguajes, con dos personajes que se encuentran y un pedazo de la vida de Vespa.

El arte está hecho de pedazos de vidas, en todos los significados que le podamos ofrecer a esa frase. El sufrimiento, la alegría, el cansancio, la ideación suicida, la histeria, las depresiones, las identidades propias y las ajenas, la poesía de otros, el dedo en la nariz, los desamores y los rechazos, llegar a casa y ver a un extraño, una guerra de repente en el trozo de tierra que habitas, unos incendios que no acaban nunca. Todos esos pedazos, recogidos, con los que trabajamos para los demás.

Para que los demás lo vean y lo (nos) cuiden.