Como esas señoras mayores que pegan la frente al cristal de su ventana, fruncen sin demasiado pudor el visillo para disponer de mejor vista y entretienen las horas mirando pasar el mundo con cara de ver algo cada vez más feo; peor aún, algo cuyo empobrecimiento vienen advirtiendo desde hace años sin que nadie haga nada. Así nos cuenta el mundo Ana María Moix (Barcelona, 1947) en su Manifiesto personal . Solo que ella no es tan mayor ni, sobre todo, tan pasiva.

Este Manifiesto personal es necesario e inútil al mismo tiempo. Veamos antes lo primero: necesario porque dice las cosas que muchos piensan en silencio. Necesario porque tiene la valentía de manifestar, desde un contexto ideológico progresista, ideas que ese mismo contexto ha dado en considerar carcas, o meramente anticuadas. Esa señora no tan mayor es moralmente atrevida, estilísticamente brillante, íntimamente sarcástica.

Moix divide el mundo que ve en seis partes. La primera trata de niños, adolescentes y jóvenes y denuncia la sustitución de la instrucción moral por el adiestramiento; el abandono de conceptos como autoridad moral y respeto, con la consecuente pérdida de pegamento social. La segunda parte se ocupa de los adultos: una banda de narcisos. Apunta ideas más que interesantes, como la noción de que la gente ya no acude a la consulta psiquiátrica por sentirse culpable, sino por creer que el mundo le niega el reconocimiento debido. Y describe con una dolorosa sencillez el viaje sociológico de los españoles en las últimas décadas: de pobres a nuevos ricos y a exnuevos ricos.

Se ocupa también de las viudas; luego, de los ancianos, de la vejez, del enmascaramiento de la idea de la muerte. Y al fin, pasa a juzgar la sociedad en tanto que conjunto político: la corrupción ubicua, el apestoso pinchazo de las archiconocidas burbujas, la anemia que debilita a la democracia. Pero digo también que el libro es lamentablemente inútil. Porque lo van (vamos) a leer quienes pensamos como ella, quienes sentimos que debe hacerse algo urgente para reinstaurar en el mundo siquiera una mínima noción del bien común. Los adultos identificados por la autora como enfermos de puro narcisismo, aquellos a quienes de verdad haría bien la lectura de este libro, no lo leerán. Ni este ni, me temo, ningún otro.