La tradición de novelas protagonizadas por dictadores constituye un subgénero literario en Hispanoamérica, que refleja el sustrato de caudillismo que pervive en numerosos países.

La mayoría de los grandes autores del continente se han enfrentado en algún momento de su trayectoria a esa figura crucial de las vidas de sus ciudadanos. García Márquez (El otoño del patriarca ), Alejo Carpentier (El recurso del método ), Vargas Llosa (La fiesta del chivo ), Miguel Angel Asturias (Señor presidente ) no hicieron más que remitirse a Tirano Banderas , de Valle Inclán.

Tampoco el uruguayo Augusto Roa Bastos escapó a esta atracción y cuando en 1974 publica Yo el supremo no sólo cumple con un ritual literario sino que, siguiendo el impulso renovador de sus predecesores, aplica una estructura rupturista de las convenciones de la novela.

Roa Bastos describe la corrupción de un país sometido por el poder sabiendo de lo que habla. Fue testigo de la revolución de su país en 1928, trabajó en el servicio de enfermería durante la guerra del Chaco contra Bolivia en la década de los 30 y en 1947 tuvo que abandonar Asunción, la capital de Paraguay, amenazado por el gobierno, y se exilió en Buenos Aires hasta que otra dictadura lo obligó a abandonar Argentina en 1976. Recaló en Toulouse, donde dio clases de literatura. Al volver a su país se le retiró la nacionalidad paraguaya y España le concedió la española en 1983. Seis años después recibió el premio Cervantes.