Bribón, rufián, buscavidas, tramposo, timador, farsante... todo eso y más es Pablos, natural de Segovia, hijo de una alcahueta algo bruja y de un barbero ladrón, que hizo suyo el primer mandamiento de su padre: No trabajarás. Es el rey de los pícaros inmortalizado en La vida del Buscón como ese «portentoso ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños» por Francisco de Quevedo, quien al final de este clásico del Siglo de Oro anuncia que le embarcará hacia las Américas en una segunda parte que nunca llegó a escribir. Recogiendo ese ovillo el guionista francés Alain Ayroles (1968) y el artista granadino Juanjo Guarnido (1967) han hilvanado durante una década el ambicioso cómic El Buscón en las Indias (Norma), narración redonda y poblada de sorprendentes giros, bordada por el festival gráfico del dibujante de la premiada Blacksad (Nacional de Cómic 2014, un Eisner y mejor serie en Angulema).

A lo largo de 160 hipnotizadoras páginas bulle una impecable ambientación histórica del siglo XVII que transita de los palacios de la Corte de Felipe IV a las sucias tabernas donde se refugia el populacho, a las minas donde agonizan indígenas esclavizados, a los helados Andes peruanos o a la selva amazónica junto a los cimarrones negros.

De la miseria y el hambre en España huye Pablicos en busca de El Dorado a un continente donde los conquistadores españoles masacran al pueblo indígena. «Es una época cruel, en la que la vida humana no valía nada, donde todo valía con tal de seguir vivo y donde solo sobrevivía el más fuerte o el más hábil y pícaro, como él», explica Guarnido junto a un Ayroles que apunta que es una historia de codicia. «Es inherente al ser humano. Es intemporal. Él persigue la felicidad, como cualquiera. Pablos es el receptáculo de todas las flaquezas y defectos del ser humano, es un canalla cicatero, traicionero... pero se lo perdonamos porque es humano como nosotros. Todos tenemos nuestras miserias y podemos reconocernos en él, en sus sucesivos fracasos, en su imposibilidad de triunfar. De hecho, es la historia de un perdedor».

Halla el lector pronto a Pablos en la mazmorra de la fortaleza de Cuzco, detenido llevando en el zurrón un colgante de oro inca y una cabeza humana reducida. Para retrasar la tortura empieza el desdichado a contar su vida, cual Sherezade en Las mil y una noches, al alguacil, a quien solo le interesa el origen del oro. «El guion evoluciona como una historia dentro de otra, como muñecas rusas, hasta llegar al clímax», apunta Guarnido, en un final que no admite spoilers y que es, ríe el dibujante, «una mascletá».

Descripción del personaje / «El lector sabe desde el principio que es un sinvergüenza que va a lo suyo, pero no sabe hasta qué punto lo es. Y te encariñas con el personaje, empatizas con él, y luego ves que hace cosas que te duelen», añade. Alerta Ayroles: «Solo hay que mirarle a la cara ya desde la portada [pintada al óleo]. ves que no puedes fiarte de él. No tiene escrúpulos. Y acaba prisionero de sus mentiras y su egoísmo». Afronta, señala Guarnido, «situaciones muy complejas y paradójicas, porque cuanto más sube, más desubicado está, se arrepiente pero no hace penitencia, y al final se siente solo y transmite su melancolía».

Ambos creadores utilizan hábilmente las posibilidades del cómic para perpetuar la picaresca y la ironía. «Usamos un decalaje entre el texto, que explica una cosa, y la imagen, que muestra otra», asume el guionista. Y cita un ejemplo el dibujante: «El Buscón dice ‘qué alegría ver a buenos cristianos’ y en cambio ves dibujados a mercenarios y patibularios». «Es una herramienta para desplegar el humor negro, muy difícil de mostrar en imágenes. El Buscón de Quevedo es todo un precursor del humor negro. Tiene un carácter esperpéntico y grotesco, es capaz de decir cosas terribles, como la muerte de un niño, con tal desapego e ironía que puede hacerte reír a carcajadas», continúa Guarnido, experto en narrar solo con el dibujo. Lo demuestra en una docena de magistrales páginas sin palabras relatando una peripecia tras otra en el Amazonas, volcando sensaciones y miedos que experimentó en una expedición de dos días por la selva de Perú.

Reivindican los clásicos. «Para los niños suelen ser aburridos cuando se los plantean en el colegio como un trabajo. Pero cuando luego lees un clásico sin que nadie te obligue descubres porqué son clásicos, porqué han perdurado en el tiempo: porque son universales y divierten», reflexiona el guionista de De capa y colmillos (que Norma reeditará).

Este Buscón, añade, «es una forma de desempolvar historias, actualizarlas en una versión más moderna, pero respetuosa con el original, y redescubrírselas a la gente, que pueda divertirse con ellas y sienta ganas de leer los originales». Clásicos como este o como el Quijote, recuerda Guarnido, que tiene «pasajes hilarantes», y que «son un lazo con la gente de otros siglos, un patrimonio cultural». De hecho, la primera idea que Ayroles propuso al dibujante, que trabajaba en Blacksad (prepara nueva entrega) era una continuación de la obra de Cervantes en las Indias. «Pero eso era traicionar la historia, pues él le puso un final». Y entonces le iluminó Quevedo.