Contemplar El irlandés estimula nuestros recuerdos del cine de gánsteres, pero también los pone en duda. La 25ª película de Martin Scorsese cuestiona la nostalgia que nos despiertan las ficciones que la inspiran directa o indirectamente. Basada en el libro de memorias Jimmy Hoffa. Caso cerrado, dramatiza seis décadas en la vida de Frank Sheeran (Robert De Niro), camionero de Filadelfia y asesino a sueldo para la mafia. Y a través de ella, decimos, el director neoyorquino no solo regresa al género que llevó a la perfección. También, quizá, le está diciendo adiós. El crepuscular filme llegó a la gran pantalla en estreno limitado, antes de poder verse en Netflix.

Buena parte de la expectación que lleva años envolviendo la película tiene que ver con la tecnología usada por Scorsese en buena parte de su metraje para rejuvenecer los rostros de sus actores, y para la que Netflix, la plataforma de streaming que se embarcó en su costosa financiación, se gastó más de 150 millones de dólares. A decir verdad, cuesta un poco adaptarse a ella pero, incluso teniendo eso en cuenta, la ilusión visual funciona como metáfora. El Sheeran de los años 50 es aparentemente más joven pero no se mueve como lo haría alguien de su edad, y esa incongruencia nos recuerda que El irlandés es la historia de un hombre que, desde el principio, soporta la carga de aquello en lo que está condenado a convertirse.

CRIMEN ORGANIZADO / Mientras lo acompaña, la primera mitad de la película funciona como otro paseo más, francamente entretenido, por lo que sucede en el seno del crimen organizado. La trama rastrea la vida criminal de Sheeran hasta entrado el nuevo siglo y, entre otros hitos, cubre el asesinato de Kennedy y la penetración de los gánsteres en las estructuras de poder de Estados Unidos. El principal hilo narrativo es la desaparición del líder sindicalista Jimmy Hoffa en agosto de 1975, de la que Sheeran es considerado responsable. Lo encarna un majestuosamente histriónico Al Pacino.

Aunque a lo largo de esa parte del metraje Scorsese nos provee de la estilización y el humor negro por los que sus épicas criminales previas son tan celebradas, lo cierto es que El irlandés no posee la misma atención al detalle fascinante que Uno de los nuestros (1990) y Casino (1995), y tampoco es igual de trepidante; después de todo, se trata de una película vocacionalmente elegiaca. La muerte acecha en cada uno de sus planos; incluso aquellos de sus personajes que sobreviven a la mafia acaban empujados al hoyo por un ladronzuelo o un cáncer de próstata.

Y el tono meditabundo se refleja también en las interpretaciones, especialmente en la de Joe Pesci; a diferencia de sus volcánicas colaboraciones previas con Scorsese, esta nos lo muestra sensible, reflexivo, tierno. De Niro, por su parte, encarna de forma incontestable a un hombre que no tiene filosofía propia ni toma decisiones; se limita a cumplir órdenes y ejercer de instrumento de la ambición y la corrupción de los demás. Nada que ver con el Henry Hill de Uno de los nuestros, fascinado desde niño con el glamur de la vida mafiosa. Sheeran hace lo que hace de la forma más mundana, y Scorsese usa esa actitud para subrayar la fealdad moral de sus actos. Es un hombre aterradoramente vacío.

Es en su largo tercer acto que El irlandés revela toda la magnitud de sus intenciones. Scorsese sigue dirigiendo con la energía de un jovenzuelo, pero aquí su objetivo es hacer que cada minuto cuente y por tanto se muestra tan paciente y metódico como lo hizo en Silencio (2017). El relato se fija en la relación entre Sheeran y su hija Peggy (Anna Paquin), que observa la crueldad de su padre desde la distancia y, sin necesidad de pronunciar más que una frase, proporciona a la película su conciencia; y lo que sucede alrededor de ella funciona como réplica definitiva a todos aquellos que en su día interpretaron erróneamente que películas como Uno de los nuestros, Casino y El lobo de Wall Street glorificaron el mundo criminal.

CARÁCTER CREPUSCULAR/ En El irlandés los personajes no mueren de forma espectacular; van disecándose a través de una vida larga y solitaria. Sus familiares los han abandonado y sus amigos han muerto, y lo que les queda es tiempo para pensar en todo lo que hicieron y descubrir que no valió para nada. La vida entera de Sheeran se revela como una parábola sobre lo fútil que es la lealtad a la mafia y las profundas heridas emocionales que inflige.

Pero el carácter crepuscular de también opera a otro nivel. Scorsese atraviesa la última etapa de su vida, y es posible que esta sea su última incursión en el género por el que más se lo conoce y al que ha dedicado buena parte de su mejor cine. Es difícil aceptar que, llegado el momento, ya no habrá nuevas historias contadas por él, y que actores como De Niro, Pesci o Pacino nunca volverán a trabajar en uno como este, y menos juntos. Siempre, eso sí, nos quedará El irlandés.