En nada se cumplen cuatro meses, me dice tu hija mayor, y yo pienso en que todos los últimos de mes mi cuerpo está apoyado contra el alféizar de una ventana, la luz fluorescente mezclada con la del otoño semidorado y frío de Granada, esas calles de Granada por las que ya no caminamos,

esos bares sin nosotros,

el llavero con tu nombre dañando la mirada quince días, el hueco de mi abrazo, el animal herido en que me convertí, todas las heces y toda la sangre y el hipo y las lágrimas y ese diario que se transformó en una carta que te sigo escribiendo de vez en cuando y que a veces leo libros que no te puedo llevar,

leo muchos libros que no te puedo llevar,

voy a conciertos en los que hace frío porque era invierno y es invierno y de qué manera se ha estirado el tiempo que sigue siendo invierno todavía, por qué sigue siendo invierno todavía, Berlioz iba para médico y le horrorizó abrir un cuerpo en canal, me da miedo la operación, se enamoró de una chica que le llevaba seis años cuando él tenía doce, tu hijo con doce descubriendo quién es, se enamoró tanto después que se volvió loco y quiso matar a todo el mundo: a la mujer que quería (¿sería amor, eso?), al pianista con el que la casó su madre, a su madre (la de ella, por traidora) y a sí mismo y que quizá, no lo sabemos, le curó la obsesión por una actriz que interpretaba a Shakespeare y a la que escribía cartas tan desequilibradas,

los inicios de nuestra amistad estuvieron llenos de cartas,

que, mucho me temo, se asustó, tan raudo como mermes volverás a crecer / en lo que vas dejando en uno de los tuyos, ningún cambio es posible sin violencia, algún día escribirás como yo dibujo, Berlioz componiéndole la Sinfonía Fantástica a esa actriz que murió de apoplejía y lo rechazó, cuánta obra ha dado el desamor, si pierdes la esperanza yo te la presto,

es la única vez en mi vida que he tenido esperanza, que la guardé despacito y atesorada, el pinchacito en el globo que va soltando aire, la pequeña rendija, si todo sale bien no chillaré de alegría y enarcaré una ceja,

nunca he sabido cómo enarcar solo una ceja,

y lo mismo el músico toma opio y sueña con aquelarres de brujas y su amada en el campo, pero el músico nunca ha compuesto nada aún y va a descubrir que jamás se escribe mejor como cuando se escribe para otra persona, para que otra persona pueda amarte, para que otra persona te admire,

para lanzarte en la piel de otra persona y que te piquen la piel y las ganas,

y que al final te enamores. Luego te vas a divorciar, sí, a veces una Sinfonía Fantástica no es suficiente como para que el amor perdure, o quizá fueron tus cambios de humor, Héctor, la pasión delirante, la furia y los celos, la religión que consuela a veces pero que para ti era justicia social, la soledad el miedo la narcolepsia el opio, una vía goteando con tres bolsas de suero, la pasión,

la pasión desbordante de Shostakóvich cuando estudiaba, Shostakóvich sobreviviendo gracias al cine, tus hijos y yo yendo a ver una película a cuyo estreno no llegaste, Gutiérrez Arenas tocando a Elgar con la London Symphony Orchestra y su Ruggieri, Lucas Macías dejando el oboe por la dirección, Rostropovich encargándole un concierto a su amigo, el caos en Rusia, las purgas, la represión, su Lady Macbeth de Mtsensk prohibida, ningún cambio es posible sin violencia, un día escribirás como yo dibujo,

un Winterreise que me devastó,

un encuentro que no te puedo contar, el influjo de la música en Rostropovich, Rostropovich aprendiéndose un concierto, ese concierto, de memoria en quince días, Rostropovich yendo a casa de Shostakóvich para hablarle de su entusiasmo, cargado con su violoncello,

sacando el violoncello de la funda, sentándose, diciendo, quizá, espera, silencio, a la música no le hacen falta las palabras, eso le dijeron a Berlioz, que por qué había escrito tanta indicación en la Sinfonía Fantástica, no le hace falta que cuentes que el opio y el amor y los celos, el amor, siempre el amor, el amor y los kilómetros, siempre he pensado que tú eres un cristal oscuro y después un poema de Rilke y unas revistas recortadas con fotografías en blanco y negro, Shostakovich a los 50, una mujer anunciando cremas, los pómulos llenos de palabras, de tus palabras, un día escribirás como yo dibujo, el director saliendo a saludar después de que el concertino compruebe si todos los instrumentos están afinados, el concertino sirviendo de puente, los puentes entre los músicos han de ser sólidos, como las amistades que alguna vez hubieran cumplido 25 años,

desde que comenzó 2018, leo más que nunca, escucho poesía, voy a conciertos,

nunca hemos ido a un concierto, nunca fuimos a un concierto,

los vientos del Concierto para violonchelo en el primer movimiento, la desesperación, la tristeza mucho más allá de la garganta,

yo con el “Segundo libro de crónicas” de António Lobo Antunes que no te puedo llevar.

Lucas Macías y Adolfo Gutiérrez Arenas con la Orquesta de Extremadura y obras de Shostakóvich y Berlioz. Viernes, 2 de febrero. 20:30 h. Palacio de Congresos (Cáceres).