La imaginación nunca se alimenta de la nada. Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) vuelve a recurrir a experiencias personales para construir su nueva novela, a la que se ha enfrentado sintiéndose tan inseguro como cuando empezó su carrera. En el libro, el premio Nobel convierte en héroe a un empresario peruano que se aferra a sus principios (llámense morales, cívicos o políticos) y no claudica ante una mafia que le extorsiona, una historia real que leyó hace tiempo en la prensa. Son esos rebeldes anónimos los que, en su opinión, hacen que una sociedad avance. Pero El héroe discreto (Alfaguara) no solo narra la historia de este hombre de negocios sino que la enmarca en otra realidad: la del desarrollo económico de América Latina que está logrando que Perú no se parezca en nada al país en el que nació y creció el escritor.

"Cuando era un niño parecía que Perú nunca vería la luz. Cada cierto tiempo regreso a mi país y confieso que ahora, a pesar de los problemas, el país está bien orientado. Hay un intento de mantener la democracia. Y una política económica que estimula la empresa privada. La clase media aumenta y abundan los empresarios de origen humilde que están teniendo mucho éxito. Y esto es algo que no está ocurriendo solo en Perú sino en toda América Latina", explicó ayer el autor, que ha viajado desde el comunismo de su juventud al liberalismo de su madurez y que antes de ser escritor hizo de todo para comer: desde descargar camiones de carne y verdura hasta recoger periódicos viejos para venderlos.

A pesar de destilar optimismo económico y político por su nación, Vargas Llosa añadió que el desarrollo también conlleva consecuencias negativas, como la delincuencia urbana y la existencia de mafias.

LA CORRUPCION En su opinión, el gran problema de América Latina es la corrupción, un cáncer que destruye las instituciones, amenaza la actual prosperidad y hace que los ciudadanos tengan "una actitud despectiva" frente a la legalidad. Todo esto empuja al pesimismo más absoluto. Por eso, Vargas Llosa convierte en héroes (aunque sean discretos) a todos aquellos que se aferran a sus principios y luchan por mantenerlos. "Para mí, esa es la gente decente. Los héroes anónimos que no salen en las portadas de la prensa, pero que mantienen la moralidad cívica y política de un país. Sin esa moralidad, cualquier Estado entraría en bancarrota", concluyó.

Pero el empresario extorsionado, Felícito Yanaqué, no es el único protagonista de El héroe discreto . Como siempre, Vargas Llosa ha tenido la necesidad de convertir su libro en un laberinto de historias. Sus páginas también hablan de la paternidad, el dinero, las relaciones familiares- Y lo hacen en los capítulos dedicados al personaje de Ismael Carrera, otro empresario de éxito que urde una venganza contra los holgazanes de sus hijos. En esta historia, el autor de La fiesta del Chivo recupera viejos conocidos de su mundo literario, como Rigoberto y Fonchito (Los cuadernos de don Rigoberto ). "Cuando estaba escribiendo la novela, estos personajes se me ofrecieron y me dijeron que los aprovechara de nuevo", comentó.

VIVIR CON INTENSIDAD En tono sonriente, Vargas Llosa (que en 1986 recibió el Príncipe de Asturias y en 1994 el Cervantes) confesó que afronta la vejez con "cierta preocupación". Y, al mismo tiempo, ofreció un consejo vital: "Hay que vivir como si la muerte no existiera. No hay que perder el entusiasmo ni las ilusiones".

Cada vez que el autor se siente un poco deprimido toma su medicina particular: releer el "maravilloso" discurso que ofreció el filósofo Lévi-Strauss al cumplir 100 años. Todo un canto a la vida. "Hay que vivir hasta el final. Lo peor que te puede pasar es morir en vida. Hay que sentirse joven aunque seas viejo. A mí me gustaría morirme escribiendo porque escribir me hace vivir intensamente y hace que anule la preocupación por la extinción. Gozo con mi trabajo, pero que conste que también paso malos ratos. Me siento tan inseguro como al principio", sentenció.