TEtn el verano de 1991, cuando aún no había estallado la guerra en Bosnia, un veinteañero Aleksandar Hemon (Sarajevo, 1964), hijo de padre ucraniano y madre serbia, amante de Patti Smith, Talking Heads, Public Enemy y Sonic Youth, solicitó en Sarajevo una beca de intercambio cultural para visitar Chicago. Sasha Hemon se sabía plano a plano Apocalypse Now , podía liarse a tortazos con cualquiera que no apreciara a Brian de Palma y era capaz de reproducir, en bosnio, los monólogos de Holden Caufield, el guardián entre el centeno.

Unos meses más tarde, cuando ya casi había olvidado aquella petición, le concedieron la beca. Aterrizó en Chicago con su precario inglés casi al mismo tiempo que los francotiradores de Karadjic colocaron al país balcánico en la embocadura de un conflicto que desangraría el corazón de Europa. Hemon no regresó. En las dos décadas que siguieron perseveró en su nuevo idioma, se casó dos veces, tuvo tres hijas, se nacionalizó estadounidense, jugó al ajedrez y le dio muchas patadas al balón como centrocampista, porque el fútbol, el soccer , le gusta casi tanto como escribir. La suma de todos estos azares ha construido una de esas milagrosas literaturas que florecen gracias a un trasvase (vocación europea, escritura en inglés) lingüístico que los críticos no han dudado en comparar con el de Nabokov.

Odio al Real Madrid

A trabajos tan estimables como La cuestión de Bruno , El hombre de ninguna parte y, sobre todo, la extraordinaria novela El proyecto Lázaro y los relatos de Amor y obstáculos , se une ahora El libro de mis vidas (Duomo), colección de artículos donde revisa su historia y su vocación, para acabar relatando la tragedia de haber perdido a su hija Isabel -- "que siempre respirará en mi pecho"-- un bebé de poco menos de 1 año que falleció de un tumor cerebral.

Hemon se asoma a la pantalla de su ordenador en Chicago vía Skype con la lección bien aprendida: sabe cuántas semanas de baja por lesión le quedan a Messi y el tono con el que dice "odiar profundamente" al Real Madrid va más allá de querer congraciarse con la periodista. En 2012 intentó en balde, como periodista, hablar con Mourinho. "Un amigo colombiano sostiene que una parte del cerebro se pone en marcha cuando juegas al fútbol. Yo estoy convencido de que esa es precisamente la parte que se enciende en mi mente cuando escribo", sostiene.

Hemon contempla su nuevo libro como "una colección de historias verdaderas", menos elaboradas y transformadas que sus ficciones, aunque en su universo la ficción y la no ficción nunca sean términos antagónicos. En El libro de mis vidas, la infancia, la emigración y las vinculaciones éticas frente al conflicto bélico se pasean por sus páginas y contestan de paso a la pregunta del millón, "¿de dónde eres?", a la que el autor se sigue enfrentando una y otra vez en su patria de adopción. "En cualquier reunión, y más durante la guerra, esa cuestión me llevaba a una larga explicación que a mí me costaba horrores precisar: así que muchas veces decía que era de Luxemburgo, un lugar que le suena a todo el mundo pero que pocos norteamericanos ubican".

En Chicago, la ciudad de su mujer y sus hijas, Hemon no se siente un extranjero. "A mucha gente le gusta decir que se encuentra entre culturas, pero creo que es imposible, nadie se sitúa en un espacio vacío. Yo, que suelo escribir en bosnio artículos periodísticos, pero no ficción, y visito Sarajevo a menudo, me siento en casa en dos lugares a la vez". ¿Ese carácter transnacional y mutable haría de Hemon un perfecto ejemplar de escritor del siglo XXI, como le ha definido la crítica? "Dentro de poco no valdrá la pena hablar de si un escritor es bilingüe porque la emigración y la tecnología facilitan ese tránsito entre espacios. Cada vez hay más gente con identidades complicadas".

Siente el escritor y así lo ha demostrado que, aunque la literatura no tenga la obligación de ser testigo de su época, "está bien que así sea". Y mientras las noticias nos digan que en Bosnia, 20 años después, aún se siguen descubriendo fosas comunes, la literatura debe participar en ese discurso. "Es verdad que no son los libros sino los ciudadanos los que deben intentar cambiar la sociedad. Y un escritor, aunque tenga una responsabilidad representativa, solo es un caso peculiar de ciudadanía".

¿Puede la literatura hacerte mejor persona? Hemon recuerda a Nikola Keljevic, profesor de literatura serbio que le descubrió a Shakespeare en la universidad y que acabó revelándose como un fascista genocida. "Hasta entonces yo creía que el arte mejoraba a las personas, pero casos como ese me demostraron que no siempre es así. Eso me llevó a una crisis, a preguntarme si tiene sentido leer y escribir. Lo único que tengo claro es que hacerlo te permite conectar con los demás. No es mucho".

La indagación sobre la literatura desemboca en una indagación sobre el propio dolor, la muerte de su hija, hace tres años. Es un texto contenido que huye de la autocompasión. "Escribí sobre la muerte para afrontarla. Mis amigos empezaron a evitar el tema porque creían que así me protegían. La situación era incómoda porque los demás, en el fondo, no querían saber lo que yo sé, porque es excesivamente doloroso. Evitar escribir sobre mi hija habría sido evitar su recuerdo y su amor. Creo que la literatura no sirve para proteger a la gente, sino para afrontar lo que no se quiere saber".