«Cinco niños tiene muy poca gente hoy en día», dice con una mezcla de orgullo y resignación Abel Camacho Guerrero (Los Santos de Maimona, 21-1-1973). En su larga carrera futbolística, en la que jugó en equipos de la región como Extremadura, Cacereño (su etapa más larga, 1996-2000), Don Benito, Díter Zafra y finalmente La Estrella, su ‘Yeyi’, donde se retiró en 2007, nunca imaginó que acabaría creando una familia numerosa. Y mucho menos que se vería confinado con ella con motivo de una pandemia mundial.

Este centrocampista talentoso y experto en tirar faltas, que llegó a compartir vestuario con Diego Armando Maradona en la temporada 92-93 cuando militaba en el filial del Sevilla, vive desde hace años en el corazón de Cáceres, en el paseo de Cánovas, pero cuando se decretó el estado de alarma se marchó con su mujer, Raquel Donaire, y los cinco críos a una segunda residencia en el campo que tienen en Sierra de Fuentes.

Es allí donde está afrontando un complicado reto diario: como Raquel regenta (con protector facial y una mampara de cristal por medio) una farmacia en Aldea del Cano casi todo el día, él tiene que hacerse cargo en solitario de la educación de la ‘tropa’. La componen los trillizos Juan, Lucas y Nicolás (6 años) y Carmen y Jorge, que llegaron en dos embarazos distintos y muy seguidos (5 y 4 años). «Son totalmente diferentes entre ellos. Unos más aplicados, otros más alborotadores… ¡Los tengo de todas las clases!», cuenta.

Maestro improvisado

Al menos el exfutbolista estudió Magisterio en la rama de Educación Física y tiene buena base para ayudarles a hacer los deberes que les envían desde el colegio de La Asunción (Las Josefinas). Aunque en realidad nunca llegó a ejercer la docencia y a lo que se dedica es a una pequeña empresa de materiales de construcción de su propiedad y que ahora, como la mayor parte de la economía de todo el país, ha visto su actividad muy ralentizada.

«Si nos hubiésemos quedado en el piso de Cáceres hubiese resultado mucho peor. Aquí por lo menos tenemos un terrenito para que puedan salir y se desahoguen poco. Son muy pequeños todavía y lo que quieren es jugar y hacer lo que sea», dice Camacho. «La verdad es que esto es una aventura todos los días y, ahora, más. No es lo mismo manejar a uno que a cinco. Lo que hago sobre todo es seguir las directrices que nos dan desde el colegio, pero es complicado. No se puede seguir el mismo ritmo que cuando están allí. Lo que yo intento es motivarles dándoles algún premio», destaca.

Siempre tuvo fama de optimista, de jugador ‘disfrutón’ que siempre miraba más hacia la portería rival que a la propia. «Yo creo que vamos a salir. No sabemos cómo, ni en qué situación va a quedar el país, pero no queda otra. Es lo que hay. No me puedo poner en la piel de otros, pero creo que tendrá que continuar la actividad, seguir con la vida que teníamos antes», explica. Sí que le preocupa la situación de sus padres, residentes en Los Santos de Maimona. «Afortunadamente nos ha tocado esto cuando gracias a la tecnología podemos vernos las caras en vez de simplemente escucharles por teléfono», apunta.

En cuanto al fútbol, es escéptico sobre la continuidad de las ligas modestas. «Va a ser una temporada perdida, creo yo. Y en la élite, pues hay muchos más intereses, pero también es muy difícil porque no hay nadie en el mundo que sepa cuándo esto se va a acabar, si vamos a estar encerrados dos semanas o dos meses», opina.

Pese la amabilidad de Abel, la charla telefónica tiene que acabar de forma algo precipitada. Se escuchan voces infantiles de fondo. ¿Quién de los cinco habrá hecho una trastada ahora? Pero hay tiempo para responder a una última pregunta: «No, todavía son muy pequeños. Les gusta jugar, ¡pero no sé si alguno nos saldrá futbolista!».