El enésimo plan de Theresa May para desatascar el brexit no contenta a nadie: enfurece a los partidarios de la salida de la UE cueste lo que cueste, en su mayoría conservadores, y decepciona a los que persiguen un divorcio amistoso y ordenado. En el ocaso de su mandato, la pretensión de la premier de sacar adelante su acuerdo con Bruselas mediante la promesa de un hipotético referéndum de ratificación si el Parlamento lo aprueba, alimenta la confusión y tiene visos de ser el canto del cisne, vista la falta de apoyos de May entre los suyos y el desapego laborista. A dos días de las elecciones al Parlamento Europeo, en las que los conservadores pueden darse un batacazo histórico y los aislacionistas de Nigel Farage pueden cosechar un resultado sin precedentes, lo menos que puede decirse es que los partidarios de un brexit suave se hallan a un paso de cosechar un fracaso sin precedentes. Si la división de los tories ha permitido a los eurófobos exaltados fijar la agenda, la tibieza europeísta de la dirección laborista ha hecho imposible corregir el desarrollo de los acontecimientos, cuyo requisito imprescindible era un acuerdo de Theresa May con Jeremy Corbyn para limitar los efectos del disparate. En ausencia de tal compromiso, es casi seguro que el plan de 10 puntos de la premier no reunirá apoyos suficientes, alimentará las expectativas de los defensores de una salida sin acuerdo y robustecerá a los numerosos adversarios del proyecto europeo.