Más allá de la terrible crisis coyuntural que padecen las salas de exhibición cinematográfica a causa del coronarivus, el cambio de costumbres sociales que está generando la pandemia se suma al incremento del consumo audiovisual por streaming que ya había dejado suficientemente tocado al sector.

Los esfuerzos por hacer sentir seguros al público son estériles ante la sequía de blockbusters, los estrenos de grandes producciones americanas que actúan como el motor de la exhibición y como reclamo para un público mayoritario y que están siendo aplazados cuando no derivados hacia el visionado en plataformas digitales. Y un toque de queda nocturno, por no hablar de un nuevo confinamiento, por no hablar de un hipotético nuevo confinamiento, podrían ser una estocada moral, cuando ya las cifras de taquilla desde enero a septiembre ha caído en un 68%, una cifra algo superior al resto de Europa, que se halla en una situación muy parecida.

El fantasma de un auténtico derrumbe planea sobre un presente que ya se ha cobrado unas cuántas víctimas. Pese a ejemplares apuestas imaginativas e independientes, el negocio en su conjunto se halla en una auténtica situación límite y la situación es pareja en todas las ciudades y todas las comunidades autónomas.