Una mujer musulmana humillada, arrumbada y sola. Sumisa, callada y encerrada. Una marioneta en manos de Muhanad Almallah Dabas, el casero de Virgen del Coro, el local madrileño donde se adiestraban y rezaban los yihadistas que intervinieron en los atentados del 11-M. Así vivía la mujer que ayer tiró de la manta y hasta del velo islámico. Vestida de forma occidental, con traje de chaqueta rojo y cabello recogido, armó un relato que puso en serios aprietos a su exmarido y al núcleo duro de la célula terrorista. Los acusados empezaron mofándose de ella --"una pobre prostituta", como la llegó a definir su exmarido-- y acabaron petrificados y sudorosos. No esperaban el golpe, y menos de ella, de una mujer.

Ella sigue teniendo miedo, y mucho. Miedo a las represalias de una gente de cuchillo tan fácil, esa gente que le hacía ver vídeos de milicianos violando a sus propias hijas. Hasta dice que le han hecho llegar un mensaje: "Te van a matar antes o después". Vive en el miedo desde que vino a España en el 2002, tras casarse con el ya casado Muhanad en su Tánger natal.

Desde entonces, ha sido un pelele en sus manos. Tras una breve etapa compartiendo piso como una pareja normal, su marido la va dejando por ahí, tirada como un bulto en diversas viviendas. A veces él no aparecía en cuatro días. Otras, se ausentaba una semana entera. Las mejores épocas solo se interesa por su vida hablando con ella por el portero automático, sin molestarse en subir.

Las casas donde la dejan no son casas cualquiera. Una temporada en la del suicida Serhan, el Tunecino. Un intento de dejarla en la de Mohamed, el Egipcio . Y al final, embarazada y sola, encerrada en Virgen de Coro, donde entraban y salían los terroristas. Ella calla y observa. "Veían imágenes terroríficas. Escuchaban canciones de la yihad. Mi marido se dormía con vídeos de Abu Qutada. Decía que era un buen hombre que valía por muchos", declaró ayer la mujer, como testigo protegido, aunque su pasaporte con su foto se exhibiera en la sala.

Preparando té

Mientras los yihadistas planeaban su golpe de terror, ella y las mujeres del Tunecino y de Mustafá Maimuni, condenado por los atentados de Casablanca, preparaban el té. Y escuchaban lo que pretendían ocultarles. Así conoció la fuga del terrorista Amer el Azizi, quien, "con traje de mujer y el pasaporte falsificado de mi marido, huye a Afganistán vía Londres".

En Virgen del Coro, en un mugriento sótano lleno de basuras, lavadoras viejas y "cosas que no podía tocar", descubre un día libros de Bin Laden. Harta de ser maltratada, decide llevarlos a la policía. Nadie le hizo caso. Volvió a sentirse sola y sola parió al hijo que le dio Muhanad. Un sietemesino que ya había perdido un gemelo en plena gestación. "Haber perdido al niño es para ti como el golpe a las Torres Gemelas", dice que le dijo su exmarido. Entonces fue a hablar con el imán de la mezquita de la M-30. "Denuncié su bingamia", dijo. El término acuñado por ella remite a muchas cosas. A Bin Laden, a bigamia, a venganza.