En estos últimos meses en los que parece que todos los caminos televisivos llevan al Señor , parece ser también que al menos en estos avatares hay una parada reservada para Extremadura. Marian Macías , una de las religiosas que han pasado a estar delante de las cámaras en el programa Quiero ser monja. La llamada que acaba sus emisiones este domingo en Cuatro, mantiene unos lazos férreos con la región. La misionera que ha ejercido durante todo el reality show producido por Warner como maestra de las aspirantes a monjas pasó su infancia en Ribera del Fresno, un pueblo pacense cercano a Villafranca de los Barros que roza los 3.000 habitantes.

Marian relata a este diario su vivencia en la localidad extremeña y cómo llegó a la congregación de Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada. Aunque nació en Madrid y pasó los dos primeros meses en observación porque fue prematura, la hija de Antonio Macías, funcionario, vivió con sus padres en la calle Meléndez Valdés hasta que a los siete años se mudó a Madrid porque a su padre le asignaron un nuevo destino laboral. Sus vecinas la recuerdan como Antoñita , incluso, las que conservan más memoria rememoran tener en casa un rosario que la propia Marian les regaló hace años.

La religiosa que ha pasado a ser un rostro conocido en la pequeña pantalla por orientar a las cinco jóvenes que quieren ingresar en un convento reconoce que su familia guardaba una trayectoria espiritual pero en ningún caso muy practicante. Poco a poco se familiarizó con la religiosidad gracias al círculo cercano que compartía. Llegó La llamada y aceptó. Tras esa, y varios años, después llegó otra. La que le contó la propuesta de adaptar a España un formato estadounidense televisivo de la vida en un convento. Asevera que cuando le plantearon el proyecto se negó en rotundo. El motivo radicaba en el miedo a que se interpretara o se manipulara el mensaje. "Hemos visto muchas películas religiosas que parecen burlas", apostilla. "En un principio dije que no pero sometimos la decisión a discernimiento en la congregación y aceptamos". Eso sí, en ese apretón de manos, las religiosas ponían encima de la mesa unas condiciones. En primer lugar que las chicas que participaran "sintieran de verdad la llamada de Dios, que no hubiera dinero de por medio ni contraprestación para nosotras ni para las jóvenes y que alguien supervisara todo el proceso hasta que el producto estuviera listo". Así fue como Juleisy, Paloma, Fernanda, Janet y Jaqui ingresaron en el convento y estuvieron en todo momento bajo el amparo de la hermana extremeña. A falta de un programa para que termine, el reality ha dejado un reguero de momentos polémicos. Algunos de ellos cuando al inicio, las jóvenes tuvieron que desprenderse de sus teléfonos móviles o cuando una de las participantes recibió a su novio en pleno convento.

Con una crítica cuestionable para todos los gustos y unas audiencias tímidas, la misionera se muestra satisfecha con el resultado del reality . "En general estoy contenta", apunta la misionera. En ese sentido, añade que "Dios ha transitado en todo el proyecto" y concluye que después del programa el contacto y los lazos de amistad persisten entre las participantes y la congregación que les acogió por una temporada.

Aunque no lo pretenda, Sor Marian pertenece junto a Sor Lucía Caram o Sor Teresa Forcadell a esa generación de monjas a las que no le dan miedo las cámaras. Es partidaria de abrir las puertas, y parafrasea la anotación del papa "prefiero una iglesia herida que una iglesia cerrada". Añade que ha recibido muchos correos interesados sobre la vida consagrada tras el programa y resume que la clave está en "aceptar y adaptarse a los nuevos tiempos".