Tras varios días de silencio ante la filtración de decenas de miles de documentos sobre la guerra de Afganistán, el Pentágono ha entrado de lleno en la discusión pública del caso. En unas polémicas declaraciones realizadas el jueves, el jefe del Estado Mayor de la Defensa, Mike Mullen, llegó a acusar a Julian Assange, fundador de WikiLeaks, de tener "las manos manchadas con la sangre de algún joven soldado", y el Pentágono ha anunciado que ha reclutado al FBI para acometer una "investigación agresiva" de las filtraciones.

En la misma comparecencia en la que el almirante Mullen realizó sus declaraciones, el secretario de Defensa, Robert Gates, definió la publicación de los informes como una "violación grave de la seguridad nacional".

La filtración, por ejemplo, ha puesto a ojos de cualquiera los nombres de afganos que han colaborado con las fuerzas estadounidenses facilitando información, lo que puede hacer a otros socios dudar de la capacidad de Estados Unidos para mantener la confidencialidad y el secreto de sus alianzas. Además, la filtración está haciendo replantearse al Pentágono su apuesta de poner gran parte del trabajo de espionaje en manos de soldados sobre el terreno, una táctica con la que pretendían hacerles más partícipes en la misión.

SOSPECHOSO Aunque aún no se ha determinado quién filtró los 92.000 documentos, y pese a que nada le gustaría más a la Administración que poder presentar cargos contra Assange, fuentes militares apuntan como principal sospechoso a Bradley Manning, el soldado de 22 años que ya ha sido acusado de la anterior filtración a WikiLeaks del vídeo de la matanza en Afganistán en el 2007 de siete civiles. Manning ha sido trasladado desde Kuwait hasta instalaciones militares en Virginia, donde espera el proceso por la primera filtración.