Una noche, una hermana de Abú Musab al Zarqaui tuvo un sueño. En él su hermano rezaba cuando de repente caía del cielo a sus manos una espada. En un lado de la hoja estaba escrita la palabra yihad . En el otro, un versículo del Corán que decía: "Alá no te abandonará".

Cuentan quienes compartieron cárcel con él que el terrorista jordano solía decir entre lágrimas que este sueño marcó su vida. Y es que cuesta creérselo, pero el hombre que compitió con Osama bin Laden por el título de terrorista más buscado era un llorón compulsivo.

Existían dos Zarqauis: el hombre y el fantasma. El ser humano tenía una biografía muy común. Nació como Ahmed Nazal al Jalayleh el 20 de octubre de 1966 en Zarqa, una ciudad jordana de 50.000 habitantes pobre, violenta y cuna de delincuentes. Alumno mediocre, adolescente pendenciero, aficionado al alcohol y a los tatuajes --los mismos que contribuyeron a identificar su cadáver--, Zarqaui conoció la cárcel a los 19 años. Su madre, una mujer muy religiosa, le instó a abrazar la religión para huir del crimen y de las drogas.

Viaje a Afganistán

Fue peor el remedio que la enfermedad. A través de la mezquita Al Husein bin Alí de Ammán, Zarqaui viajó en 1989 a Afganistán, donde conoció a Abú Mohamed al Makdisi, uno de los ideólogos más influyentes del salafismo en Oriente Próximo, y entró en contacto con Bin Laden. A su regreso a Jordania, en 1992, montó con Maqdisi su primer grupo terrorista, lo que le supuso la cárcel en 1994. Fue tras una amnistía general en 1999 cuando Zarqaui huyó a Afganistán y forjó su carrera terrorista.

Circulan versiones contradictorias de su relación con Bin Laden. La oficial reza que, tras el 11-S, se instaló en el Kurdistán y empezó a trabajar con el grupo islamista kurdo Ansar al Islam siguiendo las órdenes del saudí. Otros expertos sostienen que ya entonces Zarqaui había roto con Bin Laden y que tenía en mente crear su propio grupo terrorista. Su primer golpe fue el asesinato del diplomático de EEUU Lawrence Folley en Ammán, en el 2002. EEUU no dudaba de la estrecha relación entre los dos terroristas, y en febrero del 2003 el secretario de Estado, Colin Powell, citó su presencia en Irak como la prueba definitiva de la relación entre Sadam Husein y Al Qaeda.

Sangrienta carrera

Pero con Sadam o sin Sadam, EEUU no calibró el peligro de Zarqaui. El atentado contra la sede de la ONU en Bagdad (23 muertos) inició la sangrienta carrera de Zarqaui en Irak, que incluye masacres como el asesinato de Mohamed Baqr al Hakim en Nayaf (85 muertos), los ataques durante la celebración de la Ashura en varias mezquitas chiís (181 muertos) y las bombas en tres hoteles de Ammán (60 muertos). Hasta el 2004, abundando en sus supuestas diferencias con Bin Laden, Zarqaui asumió la autoría en nombre del grupo Monoteísmo y Guerra Santa. Después, juró fidelidad a Bin Laden y anunció la creación de la sucursal de Al Qaeda en Mesopotamia.

Como Bin Laden, Zarqaui gustaba de los golpes mediáticos. Para la historia de la barbarie queda el vídeo de Nick Berg, el primer rehén vestido de naranja --en recuerdo de Guantánamo-- que fue decapitado ante las cámaras. Era frecuente que colgara en internet vídeos de sus atentados y archivos de audio con proclamas. Apostó por un terror indiscriminado casi siempre contra civiles, que daba réditos mediáticos, antes de organizar una insurgencia clásica contra la ocupación. De ahí la división de opiniones que su figura generaba en Irak y en el mundo árabe, donde era visto a la vez como un héroe, como un asesino y como un mito que había creado EEUU.

La leyenda

Algo de esto último había. A Washington, Zarqaui le sirvió para deslegitimar la insurgencia nacionalista iraquí y tacharla como terrorismo islamista. Es Washington quien puso a su cabeza el mismo precio que a Bin Laden (25 millones de dólares), y de fuentes cercanas al Pentágono surgieron historias, algunas probadas como falsas --la supuesta pierna de madera-- y otras indemostrables, como que él en persona decapitaba a los rehenes occidentales. Las sucesivas y frustradas ofensivas en Faluya y en otras partes de Irak que siempre acababan con Zarqaui huido acrecentaron la leyenda, que en los últimos tiempos EEUU intentó desmontar calificándolo de torpe con las armas y temeroso de morir.

Es tal la mezcla de leyenda y realidad que es imposible afirmar hasta qué punto Zarqaui dictó la estrategia de la insurgencia iraquí en su conjunto y qué consecuencias tendrá su muerte. Probablemente su desaparición servirá para mejorar las relaciones entre sunís y chiís --comunidad esta última a la que golpeó con saña--, pero es pronto para afirmar que es el fin del terror en Irak.