El toreo se dice que es grandeza. También es intensa emoción. Es además delicadeza, y es belleza. En realidad es algo único porque, como decía Ortega y Gasset, es una danza ante la propia muerte, a la que el torero vence con inteligencia y destreza.

Ayer se vivió en Mérida todo eso, en la que fue una tarde pletórica de emociones. Con un Alejandro Talavante en sazón, ya en plenitud, que todo lo abarca y todo lo siente pues desgrana el toreo con una maestría sin fisuras, con un regusto, y un sentimiento, que engrandecen todo lo que hace y deja una profunda huella en quienes la paladean.

Quizá el colofón explique bien lo que fue la tarde: iba Talavante a hombros, no de los costaleros profesionales, sino que le portaban jóvenes, chicos y chicas del Foro de la Juventud Taurina. Le gritaban ¡torero, torero!, e iban henchidos de felicidad. Era una forma de manifestar su devoción a una fiesta sin par, y a un gran torero, claro está. Era el contrapunto al intolerante animalista que saltó al ruedo cuando doblaba el primer toro para denunciar lo que esas almas insensibles al arte y la belleza llaman tortura.

La corrida de Zalduendo fue buena en conjunto. La pudo ver todo el orbe taurino porque las cámaras de TVE estuvieron en el coso. Embistieron todos los toros, aunque el quinto se vino muy a menos.

Lo bueno de la corrida es que fue subiendo en intensidad desde que saltó al ruedo el primer toro, para eclosionar en el cuarto. Este animal era un punto cariavacado pero tenía cuello, y por tanto, humillaba. Fue un astado que no se empleó en exceso en el capote de Talavante pero rompió a bueno en la muleta. Soberbio fue el inicio con ayudados por bajo, y trincherillas. Después alternó el toreo por ambas manos. Daba tiempo entre las series, que brotaban intensas y emotivas, porque en el toreo, el que se hace por abajo, se engrandece. Fue una faena redonda, a más, y al toro se le perdonó la vida. Fue un buen toro, sin duda, pero no de vacas, porque además de su discreto tercio de varas tenía en ocasiones tendencia a salir distraído del muletazo.

El tercero fue también un gran toro ante el que protagonizó un torerísimo inicio de faena doblándose con él por abajo. Ese trasteo fue todo un canto al toreo ligado en redondo, abarcando la embestida del zalduendo ya desde el cite, hasta el remate sublime, sin una fisura, sin un decaer, con un perfecto acople. Tanto, que se arrancó a cantar Talavante al final de la faena.

El primero fue un toro noble pero justo de raza por su querer rajarse. Talavante lo sujetó en las afueras para hacerle un trasteo por encima de sus condiciones. El segundo estaba montado por delante y se acostaba por el pitón derecho. El mérito del torero fue ir corrigiendo sus defectos, ese meterse para dentro y el salir del pase con la cara alta.

El quinto, de bellas hechuras, se apagó muy pronto para concluir lo que fue una fiesta con un astado, hermano por parte de padre del cuarto, de mucha clase pero poca transmisión, con el que el diestro de Badajoz se acopló en naturales de mano baja y largo trazo.

Fue todo un acontecimiento lo que se vivió ayer en Mérida. Una corrida de las que hacen afición, protagonizada por un extremeño que es una gran figura del toreo.