Si mis cinco hijos en lugar de ser emeritenses fueran parisinos, marselleses o bordeleses (de Burdeos, no de bordes) yo tendría 1.000 euros más por cada uno de ellos. 600 euros mensuales hubiera recibido en mi nómina mensual y no habría tenido que pagar el 80% del sueldo de la niñera (esto se lo ahorrarían pues nunca la hemos tenido) y hubiéramos tenido garantizada la reserva de puesto de trabajo durante tres años si Nines o yo hubiéramos decidido ser padres en exclusiva durante esos 36 meses.

Y eso para una pareja y matrimonio natural (uno con una para siempre) que para los monoparentales ya ni les cuento (me da vergüenza). A lo mejor por eso los franceses tienen la tasa de natalidad más alta de Europa y garantizadas las pensiones de las siguientes generaciones. Porque mis hijos pagarán a los pensionistas sin hijos del día de mañana, que no me vengan con monsergas de que se las pagarán ellos mismos, miren lo que me ha pasado a mí. Y quien dice franceses dice suecos, suizos, noruegos, alemanes, holandeses (a estos los matan antes) o fineses (de Finlandia, no de finos).

Que conste que no tengo envidia de ellos por eso, soy español (lo digo con orgullo) pero me duele mi patria, una nación con demasiadas cunas vacías. Tener hijos no es una jodienda, ustedes me entienden, ni una inversión planificada ni otras pamplinas. Tener hijos es, para quien pueda, lo más grande del mundo. Algunos dicen que ahora no se pueden tener hijos, visto así ni ahora ni nunca, porque un hijo es un gasto (gozoso), no una inversión que nunca recuperaremos.

Pero la esperanza de vida crece y la natalidad disminuye haciendo, con ello, insostenibles los actuales modelos del llamado bienestar social. Un Gobierno puede dejar fluir el crédito, fomentar la cultura emprendedora, flexibilizar la contratación, incentivar el empleo juvenil, pero eso no vale para nada si no hay jóvenes para ocupar los puestos de trabajo. El problema de la fecundidad me parece a mí que admite pocos arreglos técnicos, salvo ponerse manos a la obra (quien pueda, insisto). O sea que natalidad y pensiones van de la mano y si la tasa de fecundidad mínima para garantizar el reemplazo generacional (2,1 hijos por mujer) no se consigue, el ‘límite de supervivencia’ de cotizantes por pensionistas no se alcanza.

Caramba, que el descenso de la natalidad debería preocuparnos a todos porque, con esta insostenible situación demográfica, no vamos a ningún lado. Digo ‘todos’ convencido de que la baja natalidad no es progresista ni leches (para mamar). Alguien me dirá que estamos en una sociedad líquida que huye del compromiso, de la paternidad, que los jóvenes quieren ser libres, tener tiempo para viajar, comer (con estrellas), disfrutar sin ataduras y, para ellos los hijos son un obstáculo. No tener hijos les supone ventajas... hasta que se hagan viejos, veremos quien se encarga de cuidarles entonces. Pero anda que no se pierden cosas: sonrisas, lágrimas, penas, alegrías, llorar, reír, volver a llorar…

Termino, que este lunes me estoy pasando de metraje: ¿Quiénes somos todavía las familias numerosas? Pues los creyentes, quienes con nuestros defectos intentamos ser coherentes con nuestra religión y los que dejaremos hijos que quizá podrán, o no, formar a su vez otra familia con hijos. Nuestros nietos heredarán la tierra, sí, porque la mayoría de los que queden serán seguidores de Dios y de la familia. O sea que manos a la obra, que para eso somos una sola carne.