Han vuelto las ratas a mi barriada, es lo que tiene contar con un mastodóntico Silo abandonado del que nadie se hace responsable. Entre Junta, ayuntmiento o Ministerio se pasan la pelota (tan malamente como España en el Mundial) y los roedores a lo suyo. Es cierto que desde el ayuntamiento se desratiza una y otra vez pero no es suficiente y, además, los perros de la zona son falderos y las huyen. Algunos canes sólo sirven para cagar (y el más perro de su amo para no recogerlo).

Se lo conté a Pelín una noche yendo a la Adoración Perpetua (el rato más rentable de la semana) y el espíritu libre se ofreció a vigilar el Silo. «Así cambio de actividad porque si conviertes las fantasmadas en un trámite, acaban siéndolo». Mesándose la sábana me dijo: «No hay problema con cola o sin cola que no tenga solución», cuando Pelín se pone filósofo es bueno pero como optimista le gana Artemio para quien no hay problemas sino «situaciones».

Pelín aboga por combatir roedores con métodos tradicionales porque «La tecnología nos acerca a los que están lejos, pero nos aleja de los que están cerca», sentencia que no se si sirve para las ratas pero sí para los móviles, y que a mí me vale especialmente pues tengo un hijo en México (lindo y querido, Daniela) y otro en Cardiff (ILY, Ellie) que sumados hacen cuatro lejanos afectos a los que me une el celular, justo lo que me separa aquí de algunos.

La primera noche en vela de Pelín ha sido un desastre pues el Silo parecía la siderurgia de Gallardo en Jerez de los Caballeros, se veían chispas que saltaban, luces refulgentes que emergían y chirridos de discusión de bichos que hay dentro, pongamos que en vez de ratas hablo de okupas.

Me lo puso tan negro Pelín que le solté: «Tú ves fantasmas». Respuesta: «Pues anda que tú».