TLtlegó antes de lo esperado. Era frágil, muy frágil y más pequeño de lo recomendable. Ella ya no era una niña. Los años fueron pasando mientras conseguía un trabajo estable, una relación duradera, un lugar desnudo que se convertiría lentamente en un hogar, vestido amorosamente por cortinas, lámparas y muebles que llegaron con cuentagotas. El siguiente paso era tener un hijo, pero ella ya no era una niña.

Necesitó cuidarse más, pero el trabajo, el estrés y el peso de la incertidumbre no se lo permitieron y el bebé llegó antes de que la cigüeña pensara siquiera en comenzar el viaje. En la incubadora la cosa se complicó. El pequeño necesitaba toda la ayuda posible y pero a su madre tras la repentina separación se le había secado el pecho. Requería leche materna para fortalecerse e inmunizarse y la obtuvo gracias a la generosidad de esas madres que han donado ya un centenar de litros al banco de leche materna que comenzó a andar hace seis meses en la ciudad. Se ubica cerca del Hospital Díaz Ambrona, en la carretera hacia Valverde de Mérida.

Un final feliz que se ha conseguido gracias a un hematólogo de aire encantador y una característica forma de hablar amable, pero con un punto divertido por su franca crudeza. También tiene ese aspecto despistado, informal, que a veces envuelve a los estudiosos empedernidos, rodeado por un aura de buena persona. Ahora que pienso, estas palabras también describirían a alguien que adoro y admiro sin límites: mi padre. Sin embargo no me refiero a él, si no a un emeritense de adopción, Jose María Brull, artífice de este banco de leche materna. Un centro que de momento ha amamantado a prematuros y neonatos del Hospital San Pedro de Alcántara y que podría hacerlo también con los bebés nacidos en Mérida y otros lugares de Extremadura. Algo que es posible gracias a la generosidad de tantas madres, el buen hacer de las profesionales que les han dado la información y del director que ha tenido la iniciativa de meterse en este berenjenal, Jose María Brull.