Desde que dejó este mundo y se metió tierra adentro por la estrecha senda de los iluminados Pelín se va de Mérida durante la Feria y no pisa los terrenos del antiguo basurero, que es donde se ubica el ferial. Habitualmente Pelín se diluye alrededor de una alberca que hay cerca de Esparragalejo, allá donde el río Aljucén desemboca en el Guadiana remansado por la Presa de Montijo pero, este verano, le han venido reivindicativos los pensamientos y se puso a cavilar sobre la Amazonia, ese lugar pulmón del mundo, casa común de los medioambientalistas, reserva de la biodiversidad y referente de la ecología integral donde, a pasos agigantados y monstruosos, la deforestación y los incendios están destruyendo la naturaleza.

Sostiene Pelín que son muchos los que andan preocupados por la Amazonia como ejemplo de la nefasta acción del hombre sobre el planeta y entre todos, políticos, periodistas, ecologistas..., han llegado a la conclusión de que hay un responsable de este desaguisado: ¡La culpa es de Bolsonaro! Hasta el Vaticano ha convocado un Sínodo de obispos de la región panamazónica titulado ‘Amazonia: Nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral’ donde socapa de la defensa de la vida se exigirán cambios estructurales y personales para todos los seres humanos. Sobre todo a Bolsonaro, claro. Supongo que de tapadillo habrá algo más porque puestos a pisar charcos algunos en Roma son capaces de hacerlo de dos en dos. Hombre, que tipos como Trump o Boris, carapapa Albión, que no se andan nunca con ambages a la hora de decir estupideces, denuesten a Bolsonaro tiene su gracia porque tienen similar nivel de zafios y desvergonzados; que Macron lo ponga a parir y le exija medidas medioambientales urgentes es de risa. ¿Por qué? Porque Brasil produce la mitad de emisiones de CO2 que Francia, una cuarta parte de la de Alemania y una octava parte de la de Estados Unidos. Pero la culpa es de Bolsonaro: «Amazonas es demasiado importante para ser de los brasileños» (Al Gore, que preferiría que fuera de él).

Igual les da que en Brasil el 63% de su superficie esté protegida en parques nacionales y reservas indígenas y, de ese territorio, se explote agropecuariamente menos que en Europa. Pero la culpa es de Bolsonaro. Y, vaya, no estoy defendiendo al brasileño (ni sé el equipo en qué juega), pero reflejo el pensamiento de Pelín de que «siempre habla un cojo» y es más fácil culpar a otros, «a los demás», que asumir la propia responsabilidad, personal o colectiva. Es verdad evidente que se está destruyendo el Amazonas a pasos agigantados, es cierto que el gobierno brasileño está siendo negligente (sobrepasando todos los límites de ineficacia en control medioambiental) en su deber de proteger el pulmón del planeta, pero hay un turbio interés político por todos lados que, entre humo, tierra quemada, ambiciones económicas y geopolíticas está centrando el enfrentamiento global en el Amazonas donde, todo hay que decirlo, se junta el hambre con las ganas de comer y la pobreza con el cambio climático (la sequía convierte al Amazonas en un polvorín).

Gran misterio este de la miseria humana. Ahora, que vayan a coro unos y otros, con la misma opinión de quien tiene el poder, es desfachatez pues, ya puestos, a ver a quien le echan la culpa de las toneladas de basura subiendo el Everest, los kilos de chatarra espacial alrededor de la tierra, los huracanes y psunamis que asolan vidas y tierras... Igual es de Bolsonaro.