Es tiempo de Navidad. Me encantaba hacer el nacimiento. En casa todos los años lo hacíamos. Había creatividad. Ahora te lo dan hecho. Era un rito.

Había que revestir la mesa. Ibas a la carpintería por serrín y hacías los caminos. Al río, por arena y rollos, los colocabas en lugares estratégicos para simular el camino cerca de alguna choza. A la fragua a por el moco (escoria que sale del hierro encendido en la fragua cuando se martillea y apura), que simulaba las montañas. El prado, donde pastaban las ovejas, cerdos, vacas y alguna que otra gallina, lo cubrías con musgo del campo. El río con papel de aluminio, de las libras de chocolate. Había que echarle imaginación.

Retamas para hacer árboles y trozos de madera para el puente. No era fácil hacerse de figuritas en aquella época. Los chozos de paja los confeccionabas tú mismo. El portal con un pesebre, un techo de tablas y mucha paja alrededor del Niño, María y José, sin faltar la mula y el buey. Al final del camino: los Reyes Magos. Encima del pesebre, la estrella de Belén muy brillante que se veía desde lejos.

Hoy la creatividad de hacer un nacimiento se ha perdido. Los americanos nos han metido en casa la Coca Cola y Papá Noé con su arbolito de Navidad. La sociedad de consumo mermará con la crisis muchas ilusiones, pero la alegría se puede manifestar sin tanto lujos.

El espíritu navideño se va perdiendo a pasos agigantados. La Misa del Gallo ya es otra historia. Y el día de Nochebuena todo se centra en la cena, los jóvenes se marchan al botellón como un fin de semana cualquiera. La crisis no se notará excepto en casos extremos, que por desgracia los hay, y demasiados.

Son días de recuerdos y, al sentarte en la mesa, ves demasiados huecos. Lo principal es tener espíritu navideño y sentirse bien con uno mismo y buscar en el entorno al que más lo necesite y acompañarlo aunque sea de forma testimonial. Hacer un nacimiento es cuestión de proponérselo y los pequeños lo agradecerán.