Dice mi hermano mayor Fernando (filius Valhondus) que no me ponga apocalíptico con los pajaritos pues él sí ve gorriatos, golondrinas y hasta tordos. No me he atrevido a preguntarle si los ve por el aire, en la Charca, en el plato o en visiones a la salida del Sebas (en Duque de Salas, no se pierdan sus aperitivos), pero lo mío con los gorriones va in crescendo y la nómina de ausencias aladas cada vez aumenta más.

Los pájaros de mi infancia escasean y el añorado paisaje de mi barriada natal, entre los Chinos y las Abadías (cuando eran las Abadías del Chamorro y Neonser) ha pasado a la historia. A los gorriones se les unieron, por su ausencia, las golondrinas, esas que quitaban las espinas a la corona del Señor de las Injurias y los pajaritos, por no tener, no tienen ni charcos ni barro para construirse sus nidos. Bueno, tampoco tienen insectos para comer ni canalones donde anidar. Será apocalíptico pero es así y peor lo define la Unesco que en su Informe sobre Biodiversidad se ponen tan trágicos, terribles y terroríficos que cualquier ornitólogo sensible tiende a cortarse las venas (por eso cada vez hay menos). Por resumir, dicen que los insectos están desapareciendo entre asfalto, pesticidas y cultivos transgénicos; que los insectos son la base alimenticia de los gorriones y golondrinas, que dependen de ellos para sobrevivir y que «algo del pasado está fallando en el presente». Así, como suena.

Yo, la verdad, es que no he visto por Mérida a ninguno de la Unesco pero coincido con el análisis, a lo mejor les ha informado Antonio Vélez, el emeritense más preocupado por el cambio climático que conozco y también apasionado defensor de nuestra diversidad gatuna; reconozco el mérito de nuestro alcalde emérito, pese a nuestras Silo-diferencias. Y para corroborar esta ausencia de insectos voladores (frente a la abundancia de antaño), dos ejemplos: un científico se dio cuenta del desastre cuando el pasado verano iba en bicicleta y no se comía ningún bichito (bicicleta cuesta abajo y masticar insectos forman parte indisoluble del imaginario adolescente); todo el mundo sabe que para ir en bicicleta en verano había que cerrar la boca. Pues quienes puedan que hagan la prueba ahora y verán como no comen.

Otro ejemplo: ¿no echan de menos las mariposas de antaño? Yo veo poquísimas. ¡Caramba, si por faltar hasta me faltan los insufribles abejorros! Y aunque si van a Don Benito el parabrisas se les pondrá perdido de insectos petrificados por estampación, incluso ahora hay más parabrisas limpio entre maizales y arrozales que antes. Total, que ya no hace falta que nos preocupemos por la foca monje, el rinoceronte blanco, la tortuga de las galápagos, el tigre de Birmania o el gorila pecho blanco (no confundir con el pecho lata); no hace falta ir tan lejos, preocúpense de los gorriones, las mariposas, los abejorros y las golondrinas porque, esas, no volverán.